Artistas del hambre

21 02 2014

Seamos francos y digámoslo rapidito: ¿Usted pagaría por leer este blog? Entiéndanme… un precio simbólico. Bueno, simbólico no me parece una palabra apropiada. Digamos un precio, un precio bajo, un precio que a usted le permitiera encontrar una relación equilibrada entre las (hipotéticas) satisfacciones que le reporta la visita al atribulado mundo Somniloquios y la posibilidad de aflojar una mínima cifra del bolsillo. Un precio que, sobre todo, permitiera al hombre somniloquio, el que teclea estas líneas, dormir tranquilo por las noches; no sentir que está faltándole al respeto al visitante ocasional o al lector recurrente. Que no les estoy vendiendo filfa. Ese precio. Que ni sé cuál es, aunque ayer por la tarde me hablaron durante horas de las diferencias esenciales entre precio y valor; las tasas de descuento; el VAN, el TIR, los costes de capital y otras abstracciones de naturaleza terrible para alguien como yo…

¿Qué valor tiene Somniloquios? Valor para quien lo lee. Valor para quien lo escribe. Yo me he preguntado muchas veces por qué y para qué escribo este blog. A tal punto que, durante largos periodos, no he encontrado respuesta. Hubo un tiempo en que necesitaba escribir. Lo hacía de manera compulsiva y, a menudo, impulsiva. También con una alegría ahora extraviada: Somniloquios me divertía. Hace tiempo que perdí la necesidad de escribir y, en mis momentos más descarnadamente cínicos, me grito a mí mismo: «Si tanto valor tiene lo que escribo, pongámosle un precio». Ahora que paso la mayor parte de mi tiempo pensando en emprendimientos y sus circunstancias, acabo por preguntarme, con cierta sensación de inevitabilidad. ¿Es este blog una potencial (mini)empresa? ¿Alguien se anunciaría aquí? ¿Alguien pagaría por leer esto? Hasta he consultado los blogs de gurús de la monetización, que hablan de valor, de influencia, de retorno y otras cosas. No me reconozco en lo que he leído ni en las fórmulas y trucos que proponen.

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No se me queden fríos ante estos pensamientos. Comprendan: ahora que uno se le ha hecho prescindible al mercado de trabajo, ahora que faltan los ingresos, ahora que ya no me pagan por escribir (salvo la gloriosa excepción, que yo hago ocasional, de mi querida Mediapunta), ahora que oigo tan a menudo el cacareo del emprendimiento, de la necesidad del reciclaje, de la diferenciación, vengo a pensar en todo esto. Ay, la diferenciación. Me decía un conocido el otro día: «Tus crónicas eran diferentes… ¿No se busca ahora, dicen, lo diferente?». Me tuve que reír. Son pensamientos ingenuos. O bien la diferenciación no puede nada contra los argumentos económicos o bien, como yo he pensado siempre, lo mío no era para tanto. Era, como tantas otras cosas, perfectamente prescindible. No, no les estoy llorando. Pienso en voz alta. Que es lo que siempre he hecho en estas páginas.

En los últimos tiempos he recibido un par de amables propuestas de chicos jóvenes, con sus revistas, para que me uniera a sus páginas. Gente que, como he hecho yo durante todos estos años aquí, escriben sin esperar ni recibir nada a cambio, salvo la satisfacción íntima de la comunicación con quien lee. Que es mucho. Tal vez la esencia verdadera del asunto. Gente que no cobra, al menos por ahora y ojalá pronto lo hagan. Chicos que tratan de definir su voz mientras buscan viabilidad a su esfuerzo: para poder mantenerlo en pie, antes que para poder percibir un dinero a cambio. Me lo propusieron y no puedo ni responderles. Admiro su esfuerzo. Aprecio su estima por mí. Agradezco su interés. Me avergüenza, lo reconozco, decirles que siento que no puedo escribir para ellos. Que ya no puedo escribir gratis. No por decencia. No por dignidad. No por soberbia. Sólo porque necesito concentrar mis esfuerzos en ganar dinero. Y porque siento que, si no lo hago, me estoy traicionando un poco. Sólo escribo gratis aquí y en mi otro yo ovalado; lo hago puede que por orgullo acumulado de todos estos años, o porque me dolería sentir la derrota del abandono. O porque, en verdad, hacerlo está dentro de mí y ésta es la historia de mi vida; estas líneas son un torpe libro de mi existencia al que, quiera o no, soy incapaz de renunciar. Somos artistas del hambre, y que me perdone Joseph K por atribuirme una de las glorias de su escritura. Yo tal vez un poco menos que esos chicos que, como me dijo L. una tarde entre clase y clase, ni siquiera han tenido la ocasión todavía de recorrer el agridulce camino entre la ilusión juvenil y el cinismo de periodista cansado, que es donde más o menos estoy yo y de donde trato de escapar. No, yo no paso hambre. No soy un bohemio de finales del XIX en una buhardilla de París. Tengo calefacción, agua caliente y el frigorífico atendido. Sólo soy alguien que se pregunta, como siempre, para qué escribe. Por momentos, entreveo una respuesta: siempre he escrito para vivir. Y esta verdad incómoda: vivir, a día de hoy, ha adquirido otro significado. 

[Es viernes. Pongamos algo de música para pasar los tragos. Este tema de T Rex que cierra una emotiva película, ‘Dallas Buyer’s Club’, de la que tal vez hable un día. ‘Oh, Dios, la vida es extraña… / Algunos son rápidos y otros van lentos / Algunos creen… / Yo ni siquiera sé si lo hago / No, no, no, no»].


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5 responses

21 02 2014
davicius

Sé que no sirve de nada decirlo; ni lo intento. Sólo a modo de reflexión en voz alta: qué jodida tienen que estar la prensa de este país, o qué ignorancia tienen que tener los que mandan en ella, para que un tipo como tú no tenga una tribuna (remunerada) en la que escribir de lo que te dé la gana.

23 02 2014
MySelf

Comparto 100%

22 02 2014
LLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL

No hay forma de explicar con palabras, para muchos periodistas como nosotros, lo jodido que está todo. Coincido contigo: gratis solo trabajo para mí, mi familia y para alguna ONG y que yo sepa los medios de comunicación todavía no lo son, por lo menos para algunos. A tu dilema sumaría la tragedia griega actual, el trabaja gratis porque aunque tienes la carrera eres joven. La juventud periodística y otros carecemos de oportunidades, de remuneraciones y de un futuro fuera de nuestros padres. Aunque debo decir que también están generando un cambio: si consiguiese algo más de financiación que para pagar la maldita impresión, pagaría a los colaboradores, a los redactores, al informático, a los becarios, a todos. Intentaría ser justa. No perdamos la esperanza, quizá los jóvenes ya crecidos cuando les toque dirigir, mandar y contribuir nos acordemos de estos malos tiempos. La invitación sigue en pie 😉

23 02 2014
woodyalle

Parto de la base de que yo sí que pagaría un precio adecuado por leer al señor Ornat, ya que supone un oasis en medio de la mediocridad imperante a lo largo y ancho de la Red, ¿por qué no? También postularía porque fuera uno de los columnistas habituales de Jot Down Magazine, otra rara avis donde la calidad (con alguna excepción) supura por sus costuras y, además, es gratis. Imagino que la publicidad sufragará los gastos de los ilustres plumillas que alumbran esta pequeña joya. Como alguien apunta por ahí arriba, me causa risa y tristeza que alguien tan versado y original como Mario ande deambulando por los pasillos de la inactividad mientras que los periódicos cada vez se nutren más de juntaletras vociferantes que al grito de maricón el último se baten en cruzadas extremistas donde todo vale, excepto el raciocinio. Será que es lo que demanda la gente. Será que algunos nos hemos acostumbrado al caviar iraní de Beluga mientras lo que se lleva hoy es la hamburguesa del McDonalds. Será… Lo único que le pediría al autor de este blog es que no decaiga nunca su pluma, referente del buen gusto y símbolo de esperanza ante tantos Pedro J. Ramírez, Relaño o Marhuenda que tan denostado tienen al periodismo. Recuerde que siempre habrá un Enric González, un Guillermo Fatás o un Vicente Romero y, créame, usted no tiene nada que envidiar a éstos.

26 02 2014
Jeremy North

Vaya, lástima, ahora que te iba a hacer una propuesta de esas que rechazas, je, je.

En serio, ya sabes que todavía no me explico el porqué tú no tienes sitio en la prensa aragonesa deportiva y no deportiva y otros compañeros tuyos, sin poner nombres y apellidos, sí.

Al menos sigue con una frecuencia más o menos constante en este blog, que es una referencia de la buena escritura y de las opiniones ajustadas, y en mi caso, de gustos muy cercanos a los míos.

Sobre Dallas Buyers Club decirte que me gustó, pero… tiene un aroma a película de superación en plan Erin Brokovich que me repele un poco. Matthew McConaghuey o como se escriba, está impresionante, como en los diez minutos que sale en el Lobo de Wall Street o como debe estar en la serie «True Detective», que tendré que verla, más que nada para no quedarme en fuera de juego entre tanta conversación de hipsters.

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