Canción de cuna

24 08 2015

Tocan a muerte las campanas allá fuera, y aquí dentro nos hemos refugiado contra el peligro nuclear de la vida ambiciosa escuchando a Elizabeth deslizar una nana de palabras gruesas y timbres muy leves. Y nos sentimos seguros como si nos cubriera una campana de hormigón, aunque temo decirte, en susurros, que estamos más solos y más extraviados que nunca. Pero tú no tienes aún ninguna necesidad de saberlo. Y yo no tengo derecho alguno a imponer la frialdad de este día soleado sobre el juego enorme que acabas de comenzar, y que nunca sabremos cuando acaba.

A veces me fío de ti. A veces creo que vas a ser capaz de responder todas las preguntas que te haga, sin ninguna duda, y sonriente, como deben responderse las preguntas, con el punto de displicencia justo para la ocasión. Tú no te dejas tocar. Tú no necesitas un ángel de la guarda. Y menos aún esta minuciosa, torpe vigilancia que hemos montado entre ella y yo. Ella pendiente de los felinos al otro lado del cristal, como si los felinos tuvieran otra cosa de la que preocuparse que no fuera la siesta de mediodía, el sol en su vientre y contra los costados, y dormitar ajenos a todo como tú. Y yo pendiente de los lobos que aúllan en las noches heladas, cuando el frío de los montes los descuelga por las laderas de mi conciencia y vienen a hostigar mis valles, a los pequeños animales de los que me alimento, no digamos a esta entretela de pensamientos sombríos en la que me envuelvo yo como una oruga que quiere ser crisálida.

Habrá que quebrar esta cáscara sedosa y salir al mundo de una vez. Habrá que mirar a los ojos grises de los lobos y desollar su atractivo pelaje y arrancarles de las fauces la carne que he mimado. Habrá que salir a la tormenta y enarbolar una espada y cruzarla con los truenos y dejar que suene una guitarra. A ver si tenemos cojones.

Y frente a las campanas que nos olvidan, estas músicas que otros compusieron y que yo reuní como leña para el fuego, con cuidadoso criterio, para que tu primer sueño fuera tranquilo y poder acunarte en las voces que me salvaron. Que cada canción se revele como las oraciones que nunca digo, que mientras los otros elevan plegarias yo entremuerda las letras y te las enseñe y la melodía sea nuestro único dios. Que el silencio jamás nos incluya. Que los días sean música. Y que estas voces que te rinden las escuches como la única verdad.





Músicas aleatorias

27 06 2013

Ahora que los días parecen una reunión de concéntricos vacíos, conviene llenarlos de música. Uno cree en la posibilidad de que las canciones determinen cómo será el día; o al menos que puedan interceder en nuestro favor, si fuera posible. El primer sonido de la mañana tendría, así, una relevancia fundamental, un peso decisivo en la arquitectura de las horas; como el primer pensamiento; como la primera luz; como el primer paso cuando uno ingresa en la mañana. Algunos se santiguan, encomendados a la Providencia en su tentativa de regreso; todo consiste apenas en regresar, cada vez, poder regresar al punto de partida y quedar autorizados a un nuevo comienzo. Ante tal tesitura, no exenta de peligros evidentes y de otros, muchos más, ignorados, podríamos dirigirnos al reproductor y elegir un tema conveniente, seguro como una oración, inapelable en su facilidad para disponernos de cara a lo que viene, viento a favor, todo de nuestro lado. Pero entonces, anulado el peligro con el que jugamos cada segundo de respiración, no habría lugar para el sortilegio, que también incluye el riesgo de la equivocación, del paso en falso, de que suene algo indeseable: hay que enfrentarse al abismo relativo de cada día en modo aleatorio y aguardar. Vivir con el botón del shuffle prendido.

A falta de cualquier otra posteridad, hemos resuelto acoger en listas etéreas la sustancia de cada jornada, las músicas (al menos una selección de ellas) que nos enmarcan y nos llevan por las horas. Las primeras y las que siguen. Hoy no fue un mal día. Fue al menos diverso. Fue al menos algo más sereno que la honda pesadumbre del anterior, tan concreta, tan empeñada en recordarnos la artificialidad de tantas cosas y la espesa certeza de otras: el peso de la renuncia, de la imposibilidad. La oquedad tremenda del espacio físico. La distancia. La muchedumbre del tiempo cuando la cuenta atrás se anuncia insoportablemente larga. Hay que esperar y seguir viviendo. Europe, de Allo Darlin’, y luego algo de rock progresivo (Mogwai, Do Make Say Think), la inevitabilidad estadística de Wilco (The Late Greats), algo de funky en un paseo bajo el sol, pensando en Nassau, Rubber Bullets de un clásico recuperado en una emisora (10cc), y la rabiosa melancolía que siempre acecha en Manic Street Preachers: «Cada día vivido como una mentira / La vida se vende barata… siempre, siempre, siempre». El 26 de junio sólo fue un día. Sonó así.