Héroes del tiempo

10 10 2014

En ‘Boyhood’ lo único que pasa es el tiempo.

Lo que ocurre es que cuando hablamos del tiempo, hablamos de uno de los conceptos más radicalmente inaprensibles de la existencia. Y puede que lleguemos a concluir que la misma existencia es tiempo, nada más; tiempo y nuestros vanos intentos por obtener perspectivas que nos concedan alguna pista sobre lo que el tiempo ha hecho, está haciendo o hará con nosotros.

Cuando alguien me dice, mirándose despacio una herida e intentando apartar la vista: «Necesito tiempo; el tiempo me curará». Yo advierto (sí, yo también hago advertencias, aunque me doy un asco muy concreto a mí mismo cuando incurro en esa vulgaridad). Decía que advierto: «Olvídate del tiempo. El tiempo no te va a curar: curarte es cosa tuya. El tiempo sólo pasa… nada más».

En ‘Boyhood’, el tiempo es la materia insondable del relato. Quien hace y determina. El tiempo modela a las personas en su apariencia externa y en su crecimiento interior, que también implica decadencia. Richard Linklater, el director, compone una película filmada sin artificios elípticos, emocionales ni narrativos. Solo dejando que el tiempo haga su trabajo (es decir, que pase… sin más) y acomodando el discurso de la historia al crecimiento real de cada uno de los personajes. No hay un solo énfasis, escasísimas concesiones a fórmulas de relato conocidas, a lugares comunes a este tipo de películas de crecimiento vital: el primer beso, las primeras decepciones, el atisbo inicial del sinsentido de tantas cosas, el vértigo de haber intuido la imperfección que nos es natural, el fracaso o la victoria.

boyhood

Así, durante 12 años, filmó la historia de Mason, su hermana, su madre y su padre divorciados, sus amigos (los perdidos y los encontrados), novias, trabajos, angustias, diversiones. En cerca de tres horas están contados esos 12 años, encapsulados en las filmaciones que el equipo llevaba a cabo una semana al año. Para evitar la autoconciencia, las variaciones de perspectivas íntimas de los actores en su evolución como seres humanos, Linklater nunca les permitió visionar lo que ya estaba rodado, hasta que acabó y montó la película. No es un documental, pero está escrito y filmado con un naturalismo tan eficaz, que en ocasiones lo parece. Patricia Arquette se puso a llorar al ver el film. No lloraba porque la historia lo reclamase. Lloraba por sí misma, sometida al vaivén del tiempo. Como cualquiera. A Ellar Coltrane, el protagonista, le impresionó.

En ‘Boyhood’ no ocurre gran cosa. Es decir, sucede todo en sordina. Más o menos como en la vida. Después, pasado el tiempo, puede que comprendamos algo. O tal vez no. Nadie sabe qué es mejor ni cuál es el patrón preferible. Ningún niño sabe qué es la infancia. Ningún adulto sabe qué es la vida. Se vive. Así sin más. Con naturalidad mejor o peor sobrellevada. No hay ningún énfasis salvo el que nosotros le otorguemos en el recuerdo. Igual en la película que en la vida.

‘Boyhood’ te puede aburrir. Y ‘Boyhood’ te puede emocionar con una intensidad dolorosa. Si a usted le aburre, a mí no me culpe: somos personas distintas. Me responsabilizo, apenas, de lo propio.

Yo no tengo por qué explicar, ni hay modo de hacerlo, qué mecanismo activa en mi conciencia esa escena en la que Ethan Hawke, el padre divorciado, le explica a su hijo adolescente la magia de una canción de Wilco que suena en la radio: ‘Hate It Here’. O por qué me puse a llorar cuando le regala para su 15º cumpleaños una colección de cds con una recopilación personalísima de las mejores canciones de cada uno de los Beatles en solitario, metidas en una misma caja que llama ‘The Black Album’. Y le razona: «No hay Beatle favorito». Después, Ethan Hawke ha jugado al transmedia y continúa la historia de la ficción en la realidad: le regaló a su propia hija un Black Album y añadió estas notas.

Supongo que me resulta fácil imaginarme diciendo cosas así, o parecidas.

Supongo que, en mi cabeza, ya lo he hecho. Traspasando la línea del tiempo. El que vino y el que ha de venir.

En ‘Boyhood’ nadie quiere ser un héroe, como dice la canción de abajo. Sólo queremos pelear, como todos los demás.

‘Boyhood’ nos asoma a ese precipicio ineludible que el tiempo construye dentro de cada uno de nosotros.