Una serena desesperación

20 08 2020

Estas noches de agosto he combatido las madrugadas mirando algunos partidos de la NBA pandémica, pero es un ejercicio meramente contemplatorio, porque no me entero de nada. Como si mirase el mar o las calles de una ciudad desconocida desde la ventana. Personas como olas que se repiten, gente sin nombre, vaivenes del cuerpo más o menos vistosos y autobuses con destinos que ignoro. Veo a esos hombres andar a saltos de aquí para allá en la burbuja de Disney; sigo los marcadores, pero me falta cualquier referencia contextual que ayude a darle sentido a los números, si afectan a la tabla o la serie, si hay alguna sorpresa o lógica en el hecho de que uno gane u otro pierda; ignoro cualquier tipo de jerarquía, quién es favorito y quién aspirante; y por supuesto no tengo noción alguna de casi nadie de los que juegan. No hace falta nombrar las excepciones.

Así que veo los partidos como el que observa pájaros, desde un banco del parque, e intuye que hay una grandiosidad natural en el comportamiento de las aves, en su ancestral singularidad; pero son pensamientos adoptados, apenas lugares comunes, porque no tiene ni idea de lo que está viendo. Fascinado y deseoso de saber más, pero incapaz de reconocer nada que no sea una paloma. Vaya usted a saber si ahí aletea un jilguero o se insinúa el petirrojo. ¿Era aquello un gorrión? ¿O quizás un vencejo? Pájaros, en fin.

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