Diario no diario (XVIII)

14 10 2021

Domingo

Primer domingo de otoño.

Y hace un hermoso día de mierda.

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Lunes

Me doy cuenta de que suelo retomar estas notas los domingos. Es, claro, un movimiento de instinto defensivo: el zumbido melancólico de un domingo de otoño resulta opresivo de por sí. Si además llueve a mediodía, como hoy, entonces el atroz silencio se magnifica. Una quietud de asesino silencioso o de catástrofe que acecha; la podrida resignación contra la fatalidad acuciante de los lunes.

Las tardes de los domingos adquieren, así, la forma de una espera. Hay quien no puede soportarlo y se pone a trabajar. Si uno está sentenciado, deben de pensar, al menos podrá decidir en qué momento ejecutar la pena. Los que trabajan por norma en fiestas de guardar me parecen una suerte de club de suicidas del domingo, que entregan sin condiciones la declinante felicidad del fin de semana a la tan cacareada productividad.

Hace pocos días leía a teóricos del trabajo en fin de semana: aludían a la provechosa calma de las labores en día de fiesta, porque nadie te molesta y te puedes concentrar mucho mejor. Fascinante.

Entre trabajar y resignarme, prefiero resignarme.

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Miércoles

La orfandad, que atribuimos siempre a la edad infantil, es también una terrible realidad de adulto.

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Jueves

Veo estos días la serie documental Turning point: 9/11 and the War on Terror. cinco capítulos sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York; los antecedentes y sus consecuencias. Lo que me interesa, además de la perspectiva que ofrece sobre todo lo ocurrido, mucho más allá del relato lineal, tiene que ver con las transformaciones de usos, hábitos y percepciones que generó el 11S en nuestra sociedad. Ese punto de inflexión al que se refiere el título. Cómo se desarrolló, qué pasos se dieron desde los gobiernos, cuál fue nuestra reacción como sociedad y hasta qué punto nos pudimos proteger del cambio. Qué queda del mundo de antes del 11S en el mundo después del atentado.

Y todo esto, porque a menudo me pregunto: qué quedará y qué habrá cambiado después de esta pandemia.

Hay un capítulo en la serie que se ocupa de eso que llama el lado oscuro del 11S: de forma vibrante, nada complaciente pero tampoco manipuladora, la narración analiza el modo en que el gobierno de George W. Bush, en aras de la seguridad y la legítima defensa de su país, transgredió los límites constitucionales y conculcó los derechos civiles a través de la promulgación de la llamada Patriot Act Law. Hacia el final del episodio, alguien deja esta reflexión:

«Any power without constraints always leads to abuse».

Cualquier poder sin límites siempre acaba llevando al abuso.

A continuación, apunta al modo en que el poder político alimenta y se beneficia de las pulsiones más elementales de la sociedad para transformarla… a menudo con nuestro beneplácito.

«El 11S hizo que la gente no quisiera ser benévola. Dicho de manera más directa, querían destrozar al enemigo. Era rabia. Normal. ¿Quién no querría acabar con quienes han asesinado a más de 3.000 personas? ¿Quién podría no estar enfadado?

Para eso es para lo que elegimos a gobernantes de cabeza fría, para que tengan mejor perspectiva y protejan los valores que proclamamos como principios fundamentales de nuestra organización en sociedad. Los elegimos para proteger todo eso y también para que el mundo en el que vivimos, después de que pase la crisis, no sea tan radicalmente diferente del mundo del que veníamos«.

¿Han hecho algo de esto nuestros políticos? ¿Han protegido los principios fundamentales de nuestra organización en sociedad? ¿Han respetado el ineludible balance entre seguridad (ahora llamada seguridad sanitaria) y libertad?

Por ahora, lo que sabemos seguro es que la parte más significativa de las medidas que tomaron -el llamado estado de alarma- ha sido declarado ilegal por los tribunales.

Ignoro si hemos ingresado o nos encaminamos hacia un mundo sustancialmente distinto del mundo del que veníamos antes de esta pandemia… Parece difícil que sea el mismo, pero aún debería haber parcelas que defender frente a este creciente intervencionismo de las clases dirigentes. Un ingenuo diría que hay un desorden inadmisible en el hecho de que un gobierno tome decisiones ilegales, y lo haga además sin consecuencias. Un cínico pondría los ojos en blanco: como queriendo decirnos que eso, como se suele decir, ha sido así de toda la vida de Dios.

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Viernes

Solo en casa. Un raro silencio. Siento ganas de salir a caminar por las calles, mientras anochece. De recuperar algo de paz, pensar en lo que siento, sentir algo. Viajar ligero. Declina la tarde envuelta en la música de esta canción de Tindersticks, que extiende una plácida sensación de calma. Canción en diálogo a dos voces sobre el dolor, la culpa y los recuerdos.

-Hay lugares que ya no recuerdo
Hay horas y días, que ya no significan nada para mí
He estado mirando algunas de aquellas viejas fotos
Y no conducen a ningún lugar de mi memoria

Ahora ya no me despierto y me quedo mirando a las paredes
Ya ni me deshago de las cajas, andan todas por el suelo
He estado mirando viejas fotos
Y esas caras ya no me dicen nada

-Viajas ligera
-Tú viajas ligero
-Todo lo que he hecho…
-Dices que lo puedes justificar
Uhmmm, tú sí que viajas ligero.

-No puedo llevarme todo, no me cabe todo en estas bolsas tristes y viejas
Hay cosas que debes dejar atrás
-Son malos tiempos, no puedo escoger cuáles llevarme
Ojalá pudiera volver atrás
-Son buenos tiempos, y te alegrarás de haber escapado

-Viajas ligera
-No, tú viajas ligero
-Todo lo que he hecho
-Dices que puedes justicarlo
Uhmmm, viajas ligero

-¿Recuerdas cuánto me amaste?
Ahora dices que no te queda sitio en tu vieja cabezota

-Bueno, es lo que tienen el dolor, y la culpa y los recuerdos
Si los tuviera que llevar siempre conmigo, nunca saldría de la cama

-Hay una gotera en el techo por la que se cuela el agua
Y es justo ahí donde siempre decides sentarte
-Sí, ya sé que me paso ahí las horas, dejando que me caiga el agua por la cara
-¿De verdad crees que lo escondes tan bien?
-No, pero viajo ligero…

No, no viajas ligero
-Todo lo que he hecho…
-…es mentira, no viajas ligero
-Sí viajo ligero
-No, no lo haces.
-Sí viajo ligero
-No, no lo haces.
-Sí viajo ligero
-No, no viajas ligero.

Travelling light, de Tindersticks

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Domingo

Pienso en cómo me gustaría viajar ligero, como dice la canción. No tener ahora mismo frente a mí este muro de cajas amontonadas, de bolsas y sacos de plástico inflados de cachivaches, de zapatos, de jarrones, platos decorativos, cintas de vídeo, libros, figuras, lámparas, ropa, platos, vasos, tazas, cubiertos, vajillas. Cajas de gafas de sol, cajas de documentos, cajas de fotos, cajas de todo y nada.

A veces, como hoy, salgo de aquí y me voy a nadar. Nado para no ahogarme. Para llenarme de la luz del sol que derrama la inmensa cristalera. Nado para enjugar la rabia de las pérdidas. Y aunque solo voy de pared a pared, cada brazada lleva mi imaginación a un inmenso océano y siento que nado sin rumbo, y sólo puedo esperar que cada impulso me aproxime un poco más a la orilla invisible donde estaré a salvo.

¿Cuánto tendría que nadar para ponerme a salvo si fuera un náufrago en medio del mar? ¿Me estaré entrenando para un naufragio?

Después regreso a la casa de mis padres. Y, como ahora, me siento frente a este caos en el que se han convertido 60 años de la existencia de mi familia. Esta destrucción informe en la que ya no gobierna la reina del orden supremo de nuestras vidas. Ha quedado aquí todo su infatigable tesoro. Y con cada caja que lleno me voy quedando más vacío.

No me cabe todo en estas bolsas tristes y viejas.

Sentado siempre donde cae el agua, aprendo desesperado que en el fondo estas lagrimas son preciosas y únicas porque nunca más, ya nunca más tendremos que hacer este despiadado trabajo: vaciar y destruir hasta el último centímetro de todo lo que fuimos, cada uno de los días que pasamos entre estas paredes, que hoy ya no devuelven ninguna voz querida. El largo pasillo a ninguna habitación. Los dormitorios que fueron. El cuarto de jugar. La pequeña salita del teléfono. Aquellos sillones negros de piel.

Estamos derribando un tiempo completo, una época. Estamos acabando con todo lo que aprendimos. Estamos desollando nuestra infancia como a un tierno animal indefenso. Destruimos las pruebas de la juventud y el aliento contenido del tiempo adulto. Decimos adiós a los recuerdos y a las leyendas. A las historias que siempre nos contamos y contamos. Vamos a cavar con nuestras propias manos la tumba de los días asesinados, de tantos y tantos días que ahora son sólo tierra y polvo y olvido.

Estamos despidiéndonos de la verdad, la única verdad a la que siempre pudimos volver.

Estamos construyendo un mito.

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Martes

A las tres y media de la tarde de este día festivo, la piscina remansa en su lámina de agua toda la paz que es posible conservar en este mundo. Sólo dos nadadores. Y la tercera calle, irresistible, iluminada por un haz de luz que se cuela en diagonal desde los ventanales, como una bendición. Me dejo caer y voy al fondo, libero el aire y permanezco abajo, sentado unos segundos para admirar como siempre el evocador rectángulo azul, un espacio de calma que diluye mis turbulencias. Sobre el velo de la superficie, al otro lado, uno de los nadadores avanza con ritmo mecánico. El otro ejecuta leves maniobras de flotación y juega con su peso abandonado en la ingravidez de aquí abajo. Es una coreografía silenciosa, mitigada por los tapones que protegen mis oídos. Sé que lo conozco desde niño. Pienso en si aún vivirán sus padres. Los recuerdo tan bien a todos, en la pista de baloncesto, invierno y verano. Y las hojas derramadas de los otoños. Sus oníricos movimientos bajo el agua me hacen pensar que actúa para mí, como en un sueño.

Cuando por fin agoto el aire, me impulso hacia arriba y contra la pared, estiro el cuerpo y me siento ligero. Viajaré ligero, a partir de ahora. Recorreré esos primeros largos con la mirada en la larga franja negra, mientras disfruto de las juguetonas irisaciones que bailan bajo mi cuerpo, sobre el fondo embaldosado. Y a la luz de un sol que se inclina hacia la tarde y el lomo de los edificios, en la memoria repito aquel verso dedicado a un océano: «Albriciado de luz y pródigo espacio«. Durante casi una hora soy poco más que una ensoñación de agua.

[…]