Obituario

27 10 2010

Yo quería decir que uno de mis momentos preferidos de cada año es cuando el Circo Mundial anuncia su «apoteósico éxito» de la campaña pilarista: «¡Apoteósico éxito del Circo Mundial!», gritan las cuñas radiofónicas, antes de enumerar el reparto de animales, fieras, personas y entes intermedios que conforman el espectáculo. A continuación, en las farolas de las calles de la ciudad, los carteles anunciadores del circo repiquetean con una franja cruzada que proclama: ¡Prorrogado!, y el circo se queda una semana más en Zaragoza, lo que rebaja al menos un par de puntos la inevitable conciencia del drama que se aproxima: el cambio de hora y la coronación de los oscuros, largos, desesperanzadores, insolentes, silenciosos, plúmbeos meses del invierno. Se va el circo y se acaba todo.

Quería hablar de todo esto y de cómo siempre detesté el Circo Atlas y a los Tonetti. A mí me gustaban el Circo Ruso y el Circo Mundial. Del Chino desconfío. El de Ángel Cristo nunca me llegó. El Price me dejaba frío. Y el Circo del Sol me parece una cursi postmodernidad. Yo quiero el circo de fieras y carromatos. Si alguien pretendía llevarme al Atlas, me encadenaba a la cama. El Atlas no, ni en broma. ¿Por qué? Por los Tonetti. Yo era de Fofó y tal. Asocié a tal punto con el horror la cara pintada del mayor de los Tonetti que esa ceja praxiteliana y sibilante que se diseñaba en la frente me persiguió durante años; me parecía una clave de Sol tumbada a la luna. Por el mismo motivo jamás pudo soportar a Ramoncín y su rombo alrededor del ojo; ni a Nacho Dogan, aquel proto deejay que decía lo de «¡qué fuerte, hermanos marchosos!», y organizaba La Juventud Baila con José Luis Fradejas, un tipo con aspecto irrefutable de llamarse, en efecto, José Luis Fradejas. Para qué hablar de los gorritos de los Tonetti. Indefendibles los dos. Que sí, que los Tonetti serían bellísimas personas, pero que yo no podía con ellos.

Insisto, iba a extenderme en estos detalles. Pero entonces, mirando los resultados de la Copa del Rey, me encontré con la noticia. Una necrológica en toda regla, con su doliente comunicado, la perversión de las frases hechas, el rabioso sentimentalismo, los testimonios agradecidos de quienes lo conocieron al finado y la inevitable lástima/admiración por el muchacho/a que hubo de redactar esta nota en la edición digital del diario MarcaClaro que la rigidez en algunas frases parece obra de un traductor, así que me inclino por pensar que es obra de agencia. En cualquier caso, la pieza que sigue me parece la sublimación absurda del algo absurdo género de la necrológica, tan resbaladizo que Arcadi Espada ideó un agudo decálogo para escribir obituarios. Viene al caso por razones obvias. En mi modesta desesperación (no intento hacer bromas, aunque lo parezca) aporto al final del texto las reflexiones que, al vuelo, me produce este notable trabajo. No hay ironía; lo que domina, de verdad, es un contrito asombro.

 Muere el mítico (1) pulpo Paul

El pulpo Paul, nacido en 2008 en Weymouth, un pueblo del sur de Inglaterra, nos ha dejado para siempre (2). El octópodo falleció el lunes por la noche en el Sea Life Centre de Oberhausen (Alemania). Desde su acuario, se hizo mundialmente famoso al acertar todos los pronósticos que realizó durante el Mundial de Sudáfrica, incluidas las victorias de España en las semifinales ante Alemania y en la gran final ante Holanda.

En honor de Paul, el acuario de Oberhausen realizará una exposición y un monumento (3).

Conocido como el «oráculo animal», Paul era tentado con sendos cebos de carne de mejillón colocados en dos recipientes iguales de plexiglas y adornados con las banderas de los países que se enfrentaban y entre los que elegía al que consideraba que ganaría el enfrentamiento.

Debido a la edad de Paul, el acuario de Oberhausen ya tenía preparada la presentación de un nuevo y joven Paul, que iba a ser mostrado durante las próximas semanas, y, siguiendo la tradición del acuario, llevará el mismo nombre (4).a

Por el momento, el cuerpo de Paul se encuentra en una habitación climatizada, y será incinerado en los próximos días (5). «En honor de Paul y por el interés en todo el mundo, se realizará una exposición y un monumento». «Ahí se mostrarán en una pantalla sus mejores y más conmovedores momentos y los regalos que nos han llegado de todo el mundo, así como cuadros de acrílico y su urna», afirma el comunicado del acuario.

La popularidad de Paul se refleja también en el hecho de que fue nombrado amigo predilecto del pueblo de O Carballiño (Orense). Además, se convirtió en embajador oficial de la candidatura de Inglaterra para el Mundial de 2018. También fue protagonista del filme ‘El asesino de Paul el pulpo’, una producción de la China Film Group y Beijing Filmblog Media, que rodaron la película con un doble del famoso habitante marino (6).

«Era muy querido por todos nosotros y lo vamos a extrañar muchísimo. Es un pensamiento reconfortante que tuvo una buena vida con nosotros, recibiendo la mejor atención posible por un equipo dedicado», aseguró Stefan Porwoll, director general del Sea Life de Oberhausen.

«Paul entusiasmó a gente de todos los continentes, ya que siete veces consecutivas acertó las previsiones para el equipo nacional alemán y la final. Murió pacíficamente por la noche de muerte natural» (7), concluyó Porwoll en el comunicado del acuario de Oberhausen.

(1) Mítico: una palabra que lo mismo sirve ya para freír un botón que para coser un huevo.

(2) «Nos ha dejado para siempre». Ya es duro aceptar el hecho desnudo de que se escribe una necrológica de un pulpo, pero nadie puede haber incurrido en serio en esa frase. Está a punto del arranque clásico, línea corta y llamativa, de enganche, que tan bien manejan en Antena 3. Algo así: «Siempre se van los mejores: el pulpo Paul nos ha dejado para siempre».

(3) «Una exposición y un monumento»: o sea… como la Casa de el Greco en Toledo o el Museo de los Escritores de Edimburgo. El pulpo a la altura del genio de Teothocopulos, el poeta Robert Burns y los relojes blandos de Dalí. Uno puede exponer la pluma con la que R. L. Stevenson se ganó el apodo de Tusitala en los Mares del Sur, pero… ¿qué exponer de un pulpo? Su habitación de plexiglás tal y como él la dejó, las latas de mejillones con las que le alimentaban el intelecto, el cubículo en el que se amagaba el cefalópodo cuando las cosas no le iban como a él le hubiera gustado, porque no todo era de color de rosa en la vida del mediático Paul… Una exposición y un monumento a un pulpo: no se olvide que estas cosas las están haciendo alemanes de Alemania. La locomotora europea. La patria de Kant. 

(4) Los acuarios, parece ser, tienen tradiciones. El acuario como folklore. Espantoso.

(5) «El cuerpo de Paul»: la humanización del pulpo no conoce límites. No hubiera estado de más ese sintagma tan querido del periodismo: «El cuerpo SIN VIDA de Paul». Agrega: «Se encuentra en una habitación climatizada y será incinerado en los próximos días». Climatizada. Un pulpo. Pregunto: ¿Yace en el agua o en tierra firme el bueno de Paul? Porque, advierte cualquiera que lo haya visto, un pulpo en tierra firme es lo que se dice un guiñapo bastante poco respetable, salvo que esté cocinado a feira. Por algo en Huelva a las medusas les dicen aguamalas. Porque no parecen sino agua con forma, un algo extraño. Parecido un pulpo. Además, ¿dejó testamento Paul? ¿Cómo saben que quería ser incinerado y no inhumado? ¿Si las cenizas de un humanoide caben en una cajita, a qué queda reducido un pulpo una vez cremado? ¿Instalan capilla ardiente o los luteranos no practican tal variedad? No lo puedo creer… Me pregunto por qué escribo de esto si no es para sacudirme el ridículo corporativo.

(6) «Sus mejores y más conmovedores momentos»; «Un doble del famoso habitante marino»… Películas, dobles, momentos conmovedores. ¿Les costaría encontrar un doble para un pulpo? Juro que yo he visto alguno bajo el agua, y aun aderezado con pimentón, e identificarlos no es fácil. Me recuerda a aquel capítulo de Friends en el que Joey consigue un papel en una película de Al Pacino: es el doble del culo de Pacino una vez que se está duchando. El director lo echa por sobreactuar. Todo esto pasa por darles carrete a la peña ésta de Oberhausen. Por publicar cosas así. Que le hayan dado la Antena de Oro a Sara Carbonero demuestra que esta profesión no tiene ningún interés en tomarse en serio a sí misma. Paul ratifica el asunto. Pero, paradójicamente, si hubo un trabajo serio en el Mundial, lo más admirable que yo vi fue la narración en directo, con un cuajo inquebrantable, que hizo Noemí de Miguel de una de las actuaciones de Paul en su urna mejillonera.

(7) «Murió pacíficamente por la noche de muerte natural». Qué descanso. ¿Qué tipo de muerte se considera ‘no natural’ para un pulpo en un acuario?, me pregunto. Yo he visto recientemente alguna forma bastante evolucionada de tomarle el pelo a la gente. Como la falsificación del currículum de Eva Almunia o los artículos de opinión comunes (escritos por una mano, firmados con nombres distintos) que diferentes políticos socialistas usan en sus blogs o tribunas de prensa. Es lo que se llama comunicar… Otro día hablamos de eso. Porque en cuestión de tomarle el pelo a la tropa y que ésta baile sardanas, los del acuario de Oberhausen se llevan la palma.

Parafraseando al desencantado legionario romano de los libros de Astérix siempre que Obélix lo cardaba a puñetazos: «Estudia periodismo, dicen; conocerás mundo, dicen; escribirás sobre grandes historias y formidables personajes, dicen…».





Música vigoréxica

19 10 2010

Ninja, la enérgica vocalista de The Go! Team: o se tomó un filete con clenbuterol o bien llegó al FIZ en su pico máximo de forma, lo que la capacita para dar botes como un muelle enloquecido todo el concierto o bien fichar como receptora en los Denver Broncos.

Hay gente que tiene culo y hay otra que lo que tiene son glúteos. La diferencia está en el tratamiento de la materia. En el culo predomina la carne que oficialmente llámase nalga, esa ternura redondeada a la que tanto bien le hacían los Levi’s 501 de toda la vida, unos tejanos concebidos para embolsar traseros, modelo que ahora ha perdido su reinado para escarnio general de la ciudadanía. El 501 hacía de forma tan precisa su trabajo que las chicas tenían que atarse jerseys de lana a la cintura para que no les auscultaramos la pieza de atrás con la vista, sinestesia en la que siempre pensé mientras leía Plan de Evasión, de Bioy Casares. Manipular el cerebro para entrelazar sentidos y así ser capaz de tocar con los ojos o de oler con la yema de los dedos… De esas cosas se ocupaba Bioy entre partido y partido de tenis con sus amantes. Ahora, los tiros bajos han hecho de los culos una ausencia volátil y todo se reduce a fugaces expresiones nada sugerentes entre el área meridional de la cadera y el pronunciado loop perineal, que es donde apuntan los toros de San Fermín cuando se cruzan en la calle con un americano. La distancia entre el culo y el glúteo es la diferencia entre la carne y el músculo definido por nervios, fibras, extensores, roturadores y tensores, esas tiras bien duras que recuerdan a la carne envasada del Eroski, donde finas carreteras blancas cruzan los ejes en aspas y espirales. Ahí no vale ni el cuchillo de sierra. Envasado al vacío queda todo muy terso. Pero le quitas la malla y hablamos de lo que el Pele llama carne de perro o carnuza. Le conté que había estado en la Carpa del Ternasco y él se representó de inmediato un bocadillo de carnuza. Y no, estaba tierna; era nalga, que no glúteo. Lo que le faltaba era algo de sal y mucha brasa, para que sudara la grasa con goterones marrones que hacen jugo.

Yo quería hablar de música. Quería hablar de The Go! Team, que nos alegró la primera noche del FIZ después del muermo Doherty. Son chicos y chicas de Brighton, no confundir con Bristol ni Brixton. The Go! Team son seis jóvenes con dos baterías, dos orientales con aspecto de O-Ren Ishii medianamente reformada, tres ingleses muy salerosos, tres elepés y un par de glúteos que cantan. Un crisol de razas, que diríamos con cursilería: la morena canora, para mejor confusión, se hace llamar Ninja. A veces deja que cante una de las otras chicas, la de la batería, y se va ella a sostener la pulsación rítmica en el timbal. Todos saltan y se mueven mucho, al punto de que en el último guitarrazo se treparon a los tambores y brincaron desde allá en jubilosa coreografía. Pero el peso de la interpretación lo lleva Ninja. Los vídeos de hasta hace dos años enseñan que antes se movía menos que ahora. La gestualidad era la misma, pero contenida. La chica una vez tuvo culo, pero ahora presume de glúteos. El grupo se lo inventó Ian Parton, quien agitó en su cabeza influencias tan variadas que uno no puede disociarlas del conjunto ni conciliarlas en el global. Los estudiosos nombran mucho «las guitarras distorsionadas de Sonic Youth», ante lo que enarco una ceja con asombro nada vanidoso. El grupo, en fin, no merece una enciclopedia, pero tiene su momento en medio de una noche tan tediosa. El ramalazo vigoréxico de la Ninja ha coronado el mejunje. La chica abandonó la faldita corta con calcetín rodillero de animadora de instituto, se encerró en algún gimnasio just for girls y ha salido fuerte como el vinagre. Transformada en una bomba aeróbica cuyas posibilidades anaeróbicas en el cuerpo a cuerpo no nos atrevemos a considerar. En escena aparece preta como usted no pueda imaginar, con mallas de gym, camiseta de tirantes entallada y piramidales bien definidos. Su interpretación de cada tema viene acompañada por violentas rutinas aeróbicas, sin echar el bofe ni siquiera jadear una vez. A su lado, la Madonna que más se movía parecería tan quieta como un palo de la luz. Alguien nombró a Eva Nasarre, pero Eva Nasarre tenía, comparada con Ninja, el mismo ritmo que Betty Misiego. El conjunto resulta agotadoramente asombroso, aunque hipnótico. Uno quiere imaginar una pelea entre Ninja y sus amigotas contra las bailarinas de Pete(r) Doherty. Sin saber bien si atender al ritmo, a las canciones o a la exhibición muscular, me vino a la cabeza aquella mañana en que el profesor de Latín sacó a una muchacha al encerado y, simultáneamente, tuvo que advertir a alguien de la primera fila: «Fulanito… la pizarra está arriba».  Eran los 501.

Los chicos de Dorian, elegante sincronía de pop y electrónica, una variedad en la que el FIZ dejó lo más generoso de su última edición.

La sesión de spinning rítmico nos dejó exhaustos. Y además, carecíamos del combustible festivalero por excelencia: el jaggabeer. Una chica contorsionista nos había proporcionado una dosis del jarabe en probeta, a cuenta de la casa, pero no era suficiente para levantar el ánimo. Otra compañera suya en el equipo de promoción nos hizo una polaroid mientras la primera nos engatusaba pasándonos el tubo de ensayo de boca a boca. «A veces las fotos me salen movidas, no me lo tengáis en cuenta», se disculpó de antemano la artista. Visto el disparo, se quedó corta. Yo creía que por movida se refería a borrosa, desenfocada. Pero no, su concepto de movida era otro: al encuadrar, la tía nos acertó de milagro. Yo creo que en la foto salía toda la sala menos nosotros. Si acaso una esquina del cogote, en posición muy poco favorecedora. El documento resultante tenían tan poco definición que alimentaba cualquier sospecha. Lo mismo podía estar probando el jagga que practicando la colombofilia, así que resolví deshacerme de él. No fue sencillo. El papel de la placa resistía el rasgado tradicional, de modo que tuve que fijarlo con cuchillo jamonero y atacar con unas tijeras de podar. Temí que me explotara en las manos y acabar cantando la del hombre sin brazos del circo como Gurruchaga.

Mientras todo esto ocurría Dorian, unos chicos notables en lo suyo, pagaron el derrumbe anímico. Merecía la pena, pero yo llegué a su momento ya muy baqueteado anímicamente. Me pasé un segundo por el espacio de dee-jays por ver si encontraba la motivación que me venía faltando, pero no pudo ser. De vuelta al lugar del crimen, vacié un rato acostado contra la valla del mixer, observando a dos muchachas que trataban de llamar la atención del técnico con ojitos estroboscópicos. Consideré si estarían interesadas en aprender los secretos de la electrónica o si bien abrigaban alguna espúrea intención para combatir el aburrimiento de tres en tres. El chico no se dio por enterado. Entre liar tabaco y no liar los botones, bastante tenía. Cuando reparé en que llevaba ya un rato de casposo voyeurismo sociomental, mirando a las gentes en lugar de escuchar la música, supe que debía abandonar la sala o las asistencias me sacarían con los pies por delante y un hilo de baba en el carrillo. Sonaban Dorian. Sonaban bien. Con elegancia electrónica y una actitud adorable. Sentí irme. Sentí no haber comprado la entrada de madrugada. Pero entonces tal vez no hubiera apreciado el trabajo aeróbico de Ninja. De camino a casa, el taxista lloró sobre mi hombro por lo lento que había empezado el Pilar, mientras corría el reloj. Me dieron ganas de pedirle que me llevara de vuelta a ver a los Zombie Kids. Por si alguno le sajaba las entrañas con un vinilo y le devoraba el piloro…


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Manuel Alexandre (1917-2010)

13 10 2010

Julián: «¡Pararseeee, que nos van a retratar!».

[El extraordinario Manuel Alexandre, en uno de los muchos esfuerzos corales que hicieron del cine español un retrato preciso de la realidad, y de sus protagonistas una escuela de interpretación que deja en zapatillas al patético ‘star-system’ actual].





La rebelión de las máquinas

11 10 2010

Massive Attack y el desastre mundial en cifras.

La realidad construye metáforas precisas: en medio de su concierto en el FIZ 2010, a Massive Attack se les fue la luz. Me recordó al afán de la abuela Pilar, la tía Enriqueta y mi madre apurando fogones y hornos en las tardes de cena navideña, cuando enchufaban todos los cacharros al mismo tiempo y reventaban el diferencial. Los hombres, que miraban la televisión, debían conformarse con el apagón y volver a sus tradicionales conversaciones acerca de la creciente inseguridad ciudadana. Diríamos que Massive Attack hicieron algo parecido en su recital del sábado en el FIZ10: enchufaron a la máxima potencia la lavadora, el friegaplatos, el horno, la turmix y la vitrocerámica, y el viejo Horace Andy hubo de finalizar a oscuras su vibrante interpretación de Angel, una de las más brillantes tribulaciones atmosféricas que construyó la inolvidable banda de Bristol.

En realidad, mi única esperanza declarada en este FIZ consistía en pegarle una buena patada en los huevos a Pete Doherty. Todo esto es una cuestión de gustos, de fobias arbitrarias. Su conversión ahora en pretendido poeta maldito con actuaciones acústicas es un traje desastrado. La música de sus bandas no me interesa, pero tampoco me molesta tanto como el aspecto de niño afiebrado y la ejecutoria del personaje en los medios, un conjunto cuya ruina culminan esos sombreritos que tanto mal le han hecho a la ciudadanía. Pete(r) Doherty (se añadió la erre para esta gira y su primer solo album, llamado Grace/Wastelands) podría habernos entretenido si hubiera venido acompañado de algún músico en lugar de las dos ridículas bailarinas de porcelana que hacían posturitas coreográficas de caja de musica en el escenario. O bien si Tim Robbins le hubiese prestado a sus competentes instrumentistas de la Rogues Gallery Band. De igual forma, Tim Robbins nos habría llegado a interesar si en lugar de facturarnos un cóctel sin armazón de las tradiciones musicales americanas (eché de menos el blue-grass, por decir algo) nos hubiera recitado unas cuantas frases de su personaje de policía capullo en Short Cuts o del Andy Dufresne de The Shawshank Redemption. La banda de Robbins es buena, más vale. En Estados Unidos pegas un disparo al aire y se presentan no menos de cinco músicos de primera línea. Pero ni el lugar ni el contexto parecieron los más adecuados para una tentativa como la que lidera el actor. Andy Dufresne, ex marido de la mejor actriz que ha dado la modernidad de Hollywood, habrá de aclarar su repertorio, aquilatar los tiempos y darle una forma coherente a un conjunto agradable, pero indeciso: que por momentos quiere ser Neil Young y escupir sobre las tumbas de Irak, otras veces propone un viraje intimista del rubro Leonard Cohen, o la canción de mensaje de Bob Dylan, o el blues del Delta o tal vez Johnny Cash. Si logra ordenar tan lustrosas referencias y encontrar una voz propia, serán un grupo interesante. Convendría también que los ideólogos del FIZ hicieran algo parecido, un trabajo de aclaraciones conceptuales. Aunque yo a esta gente no voy a afearles ni un poco su esfuerzo porque, la verdad, son el único oasis que nos queda en la Inmortal.

Peter Doherty ha recuperado la erre final para su etapa como solista, después de Babyshambles y The Libertines: ahora toca solo, con una guitarra acústica, una botella y la Union Jack al fondo. Al parecer, tras su sobrio concierto, se encerró a cara de perro en los camerinos de la Multiusos y no lo pudieron sacar hasta las ocho de la mañana.

Por lo demás, y volviendo al principio, Massive Attack juegan en su regreso precisamente al deporte que proclama su nombre: el ataque gigantesco. Disfrutarlos precisa una actitud de origen verdaderamente paradójica: dejar a un lado lo que fueron para celebrar que lo fueron. Trataré de explicarlo. Haría como diez años que no ponía a girar un elepé de Massive Attack en mis oídos. Pero cuando salieron quedé atrapado por la presencia mayúscula de una de esas bandas grandes de verdad, en todos los sentidos. Para empezar, cualquiera que haya inventado un sonido, como lo inventaron ellos y los chicos y chicas de The Wild Bunch, merece una inequívoca reverencia. Y además, están esas tres obras en curva creciente que fueron Blue Lines, Protection Mezzanine, seguramente la cumbre de su mensaje en forma y fondo. Olvidemos 100th Window y miremos con escepticismo su último trabajo, Heligoland, que tanto ha gustado en las alambicadas críticas de los medios británicos. Cómo no querer verlos, disfrutarlos y permitir que nos apabullaran con la grave delicadeza de su despliegue. La escenografía anunciaba bombardeo severo. Massive Attack armaron un escenario con muro luminoso de fondo, donde desgranarían un insistente mensaje antisistema acerca de los desequilibrios entre el primer mundo y los otros, más la aguda reflexión sobre la bazofia de personajes con los que la cultura audiovisual alimenta al monstruo de la audiencia; dos baterías en los flancos, una acústica, otra electrónica… que mataría yo por cualquiera de ellas y sobre todo por la primera, que no logró hacerse oír en toda la noche con lo bonita que era; el par de mesitas de mezclas, juegos, efectos y cacharritos varios; y no menos de cinco micrófonos alineados en el frente: dos para las antitéticas vocalistas: Martina Topley, la beldad sibilante que conquistó en su día a Tricky, embutida en un traje como una serpiente, con su antifaz anaranjado; y una excesiva matrona negra de esas que cantan como sílfides y que tanto le habrán gustado, queremos suponer, al pobre Solomon Burke. Los otros tres micros eran para Horace Andy, Daddy-G Marshall y Robert 3D Del Naja, que fueron turnándose para desgranar 20 años de lo que dieron en llamar trip-hop, etiqueta que a los inventores no les convenció nunca. Naturalmente. Les hubiera gustado que nadie pudiera acotar en una denominación lo que ellos se habían sacado de dentro.

Martina Topley, una de las 'voces' de Massive Attack en Heligoland y en esta gira: su lenguaje gestual y el antifaz alrededor de la mirada le confiere un aspecto de replicante, imposiblemente humano como la música del dúo de Bristol.

Massive Attack constituyen, desde luego, una presencia demoledora. Todo depende de que uno quiera verles el truco o celebrarlo. Su arranque fue incontestable, en todos los sentidos, con una poderosísima invasión de graves rítmicos que fue su mejor arma y la mayor debilidad a lo largo de toda la noche. La vibración sónica alcanzó tales niveles que por momentos temimos que el techo de la Sala Multiusos saliera por los aires o que las pantallas circulares suspendidas en lo alto del recinto comenzasen a girar enloquecidas como cuchillas asesinas.  Escuchar a esos Massive Attack de expansiva electrónica era como enterrarse tres metros bajo tierra en la arena de una playa y pedir al ejército mundial que a continuación la bombardease. La vibración nos hacía temblar los pantalones y debió llegar al Miguel Servet, donde a uno no le extrañaría que enloqueciesen los monitores cardíacos. A La Romareda se le debió abrir otra grieta, con lo que no se extrañe nadie que cualquier día revienten los muros y se extienda por la ciudad el lodo blanquiazul de la putrefacción que anida en el estadio. A lo nuestro… Fue a la vuelta del apagón, cuando hacían Mezzanine, cuando la propuesta alcanzó su éxtasis y temimos que las máquinas decidieran rebelarse y tomar el mundo por asalto. En cierto modo, lo hicieron. Ganó el artificio; perdió la música. Massive Attack debieron aligerar sonido en más de una ocasión. El error tuvo su manifestación más corrosiva en Teardrop, pieza cristalina de la que se apoderó fatalmente la excesiva densidad de los bajos. A la voz le faltó entonces nitidez y no pudo imponer la fiera sutileza que vertebra uno de los temas más grandes de Massive Attack.

Cuando se hizo la luz, Massive Attack anudaron desganados el concierto, lo cual parece comprensible, y tras su desabrida marcha del escenario nos dedicamos a valorar si valía más la potencia del ruido o la impotencia de los matices. A considerar que hace 15 años, como apuntó alguien que los había visto entonces, sonaban mucho mejor sin tanta prosopopeya; o a recordar que nos dormíamos en el sofá en noches solitarias con Inertia CreepsRisingson y Unfinished Simpathy de fondo en una habitación a media luz, con tanta (des)esperanza como la adorable dipsómana del vídeo de Live With MeConclusión: la inseguridad ciudadana está cada día peor. Pero esas gambas, la sopita de pescado y el asado bien valían un apagón.





Lobos

7 10 2010

El fútbol y el periodismo me parecen dos asuntos patéticos. Tal vez el único modo de soportarlos resida en sus mayores expresiones: recorrer la cuadrícula africana entre los años 60 y 70, en plena descolonización revolucionaria, al modo de Kapuscinsky (versión aventura) o alicatarse el riñón con billetes en un no-hacer-gran-cosa, viendo la vida pasar a través del cristal del despacho de una gran ciudad, en la conciencia de que todo está hecho, cumplido el tránsito de ascensos, promociones y aumentos de sueldo (versión materialista). Como perfecto hombre imperfecto, yo he fatigado tiempos en anhelar las dos en orden alternativo, inútilmente en los dos casos. En el lado del fútbol, ya escribí que me negaba a que ni un solo gramo de mi vida dependiera del acierto de Arizmendi. Ahora digo lo mismo con el nombre de cualquiera de los que hay, salvo excepciones, las menos. No se trata de triunfar, sino de ser dignos. Aquí somos dignos por intercesión de otros. Sólo hay un modo de aguantar el fútbol: ganar un Mundial o una Recopa en París, en la prórroga y con un gol imposible. Después de lo de Sudáfrica, insisto, este año no debería haberse jugado la Liga. Del mismo modo retrospectivo he alcanzado la conclusión de que el Zaragoza debió disolverse en la bruma de aquel mayo francés, evaporarse como un sueño o en un lento fade-out la tarde siguiente en la plaza del Pilar. A lo mejor es que yo no valgo para este tipo de pasiones tan inquebrantables. A lo mejor es que soy deudor del modo ficticio de mirar la vida. Las novelas y las películas terminan así, no siguen y siguen y siguen hasta permitir que la cruda realidad les dé alcance. Para que tenga sentido, todo ha de acabarse y debemos saber cuándo acabarlo. En la cama y con grandeza sólo murió Quijote. Ahora sé que el Zaragoza acabó aquella noche, sólo que nos hemos empeñado en este largo adiós sin sentido. Hay que tener claro cuándo la historia queda escrita, cuándo no cabe una línea más.

El hecho de que mi vida diaria consista en una ración compuesta de fútbol y periodismo me obliga a una tercera vía: la deserción intelectual, por un lado; la dimisión emocional, por el otro. En ello ando, con desiguales resultados. Del peso del Zaragoza me he desecho con bastante éxito. Si algún torquemada viene a afearme la renuncia, lo acepto. No me importa lo más mínimo. Desde que el periodismo ha consentido que lectores anónimos comenten nuestro trabajo de manera pública en las webs, el lector ha pasado de ser una abstracción respetable a revelar su fondo más débil. Hay acotaciones atendibles. Cómo no. Pero abunda quien, como denuncian los estudios, apenas alcanza a comprender el sentido de lo que lee. ¿Cómo voy a preocuparme o a respetar yo todo eso? El lector, tal cual, se ha ganado mi indiferencia. No vean altanería, no se me da bien. En realidad, se trata de otra dimisión. Me he vuelto tan condescendiente que hasta comprendo que un especulador me siente frente a él una tarde de martes de octubre y me proporcione lecciones de periodismo. Los actores del sainete reclaman la venganza de lo mutuo y es justo que sea así. Los periodistas estamos dedicados a decirle al mundo cómo debe funcionar, a hacer juicios profesionales y morales, a participar del mangoneo con apariencia de respetabilidad (siempre en el piso de arriba, a veces también en el de abajo). No está mal que alguien nos ponga del otro lado. Por supuesto ese alguien no tiene ni idea de lo que ha de decirnos; no sabe ni de lo que habla, pero esto forma parte de las reglas del juego. Se aprenden tres palabras: contrastar, fuentes, ética. U otras parecidas. Las barajan y juegan a ser deontólogos del oficio, a pedir respeto, profesionalidad, tiempo o cualquier otro de esos valores etéreos. Bien está. Aun con errores de base, lo admito. El único problema que tengo con todo esto es uno, muy pertinaz: me aburre.

Contra el aburrimiento, J. me regaló hace unos días un elepé del Lobo Diarte. Su primer tema, Ibiza, cantado en inglés, compone un clásico instantáneo de las discotecas. Está lleno de joyas kitsch. El Lobo supuso mi primera gran frustración de zaragocista, siendo niño: lo veía con otra camiseta, la del Valencia, y me enfermaba. El Lobo, feroz goleador, melódico cantante, aullaba así en el programa de fin de año de 1976.

Últimamente pienso mucho en lobos. Si yo pudiera ser una fiera, preferiría ser un lobo. Estepario, por supuesto. Lobo estepario, animal de fábula infantil, animal de existencialismo serio, literario de verdad. Ya sé que los delfines son muy simpáticos, pero quién puede armar ninguna metáfora filosófica con un delfín. Hay que ser lobo. Ser lobo de pelo áspero, hocico largo, caninos afilados, molares que crujen huesos. Ser un lobo y recorrer las praderas heladas, mancillar la nieve con sangre ajena, desgarrar la carne de los miembros, pintarme los colmillos con sus entrañas, amenazar, manipular los miedos, correr en manadas, discutir la supremacía del jefe por el mero gusto instintivo de hacerlo, invitándolo al cuerpo a cuerpo, aceptar la derrota, cubrir a la hembra en la victoria, levantar las orejas, erizar el pelaje, caminar agachado, matar y morir de forma rápida y violenta. La última música que he comprado es música para lobos: Grinderman, la banda salvaje de Nick Cave, ha publicado su Grinderman 2, y en su portada aparece un lobo amenazante que enseña los colmillos en medio de un salón de estar. El primero tenía a un mono radiactivo: estos días, cuando veo a Chavez o a Evo Morales, pienso en el mono radiactivo de Grinderman, con su desafío de destrozarlo todo, de enfermarnos, de dirigir los destinos de alguien armado con una sartén y un palo. Monos con jersey de punto y chándales de Venezuela. Enfrentaría a un lobo con esos chimpancés. Un lobo como el de Nick Cave, que a gusto sería yo mismo. En una habitación cerrada, sin ventanas.

Como todo lo que hace Grinderman, el disco es una colección de trallazos despiadados. El lobo es protagonista del primer tema, encarnado en un hermano mayor que huye: Mickey Mouse And The Goodbye Man. Me enerva la distorsión estridente de las guitarras, la pulsación amenazadora del bombo al fondo y la tensión cruzada con el charles, que va ganando fiereza mientras aúlla Nick Cave: «[Mi hermano] La lamió y la lamió / hasta dejarla seca. A mí me pegó un mordisco / y luego se largó. Ahí arriba, en lo alto del piso 29». Es la música que necesito en estos días. Justo esa.

Nos ha ganado la mediocridad, pero no hay que permitirle que nos someta. La mayoría de los lobos mueren a manos de otros lobos, aplastados por automóviles, tiroteados por furtivos, heridos por sus presas. Ninguno muere en la cama. Ningún hijo de puta debería morir en la cama. Deberían morirse aplastados por la inteligencia, la dignidad y la entereza. Olvidados. Empujados al suicidio. Un tiro en la cabeza de su mano derecha proclamaría nuestra victoria. La vida es a dentelladas o no es.