El perro que hay en mí

19 07 2013

Los gurús de internet y blogs, esa gente tan lista, aconsejan párrafos cortos y textos de pocas líneas para el éxito de un cuaderno de esta naturaleza. Aquí siempre hemos desoído ese tipo de consejos, no sea que tengamos éxito y la cosa acabe mal; así que seguimos escribiendo aferrados a los modos y formas de la galaxia Guttenberg: párrafos intensos, de medida analógica, como si el silicio fuera papel. Pero agradecemos el esfuerzo lector, ahora que los largos silencios han logrado espantar a casi todos los habituales y quedan los más conspicuos: a modo de postdata a la anterior entrada, y para aliviarlos en el final de la semana, dejaremos algunos temas musicales de asunto perruno, de las más variadas razas y pelajes. No sé bien si estas listas interesan o no interesan. En todo caso, reflejan el estado de las cosas. La música ocupa mucho espacio. Esta selección temática, tan arbitraria como poco necesaria, resulta sin embargo lo suficientemente heterogénea como para habernos procurado un buen rato. No culpen al hombre somniloquio por querer compartirla. Él es así de incorregible…

Comenzaremos por uno de los (muchos) temas memorables que el señor Johnny Cash (genuflexión aquí…) interpretó en su aún más memorable concierto en la prisión de Folsom. Allí, en un recital canalla de principio a fin, Cash anunció que haría dos canciones de amor. La primera fue el muy cariñosamente sardónico Dirty Old Egg Sucking Dog, acerca de un can que tiene por costumbre matar a las gallinas y lametear los huevos… Lo que se dice un tocapelotas, que sería la traducción no cristiana del título. La introducción lo expresa todo. Dice Cash: «Ya se sabe que el perro es el mejor amigo del hombre… porque no tiene nada más».

Iggy Pop y sus secuaces, después: una iguana que pretende, casi ruega, ser el perro de su dama. Naturalmente, como no podría ser de otro modo, sus intenciones son perversas: «Con todo así, revuelto, / te quiero aquí / Ahora va a ser cuando estemos cara a cara /y yo me tumbaré en mi sitio favorito / Y ahora es cuando quiero ser tu perro». Blink 182 insiste en el lado salvaje (Perros que devoran perros), y los Specials cargan de significado político su Do the dog, con una invitación poco amigable a las bandas urbanas: «Todos vosotros… punks y teddy boys / los del National Front y los rastas / los mods, los hippies y los pelados… todos: seguid peleando hasta que estéis muertos». El Hound Dog lo hemos elegido por Big Mamma Thornton. El Hey Bulldog de los Beatles, se lo encargamos (el spotifeo no incorpora la versión original) a un tal Heiko Effertz, quien quiera que sea.

Luego el tono se suaviza: acariciadores de oídos como Cat Stevens, Otis Redding, Belle and Sebastian… Para acabar de subida otra vez con el estilo áspero del señor Mark E. Everett, The Cure y la queja murmurada con moroso fastidio por Pulp en su DogAre Everywhere: «Mueven la cola / siempre que ven a una señora / o a una chica bonita / Saben cómo ganárselas / Y luego acaban con todas mis convicciones… / A veces tengo que interrogarme / sobre el perro que hay en mí».

 

 





La princesa Romanov

15 07 2013

No sé cuándo ni cómo inauguramos la costumbre de desayunar juntos cada mañana, pero ahora está institucionalizada y su suspensión implicaría un cataclismo anímico mutuo que ninguno de los dos podríamos soportar. Ni a Ella ni a mí nos gustan las alteraciones bruscas del modelo cotidiano. Me refiero a esto: de los ochenta gramos de mortadela de pavo con los que empapo cada mañana el café instantáneo con leche y la pieza de fruta, alrededor de un 15% le corresponden a Su Alteza la princesa Romanov. Así lo calculo, con el sobrante que irá a sus muelas, en la modesta báscula. Bajo su eslava distinción onomástica, la Romanov oculta la condición telúrica, pendenciera, juguetona y gruñidora de un terrier escocés de las tierras altas. El 15% de cada loncha es el diezmo al que me obliga su devoradora fidelidad.

La singularidad de este peluche dentado, de ojos como botones negros hundidos en la entretela de pelaje cano, trasciende la naturaleza de su raza y las explicaciones que me han procurado algunas lecturas y documentales sobre etología canina. Yo me levanto de la cama, salvo excepciones y compromisos, cuando ella lo decide. Ni el despertador ni las obligaciones. Ella. A la hora en que Ella lo considera oportuno, siempre después de haber completado con la primera luz sus muy íntimas ablucioens, Su Alteza monta una demoledora guardia. Primero al costado del lecho. Contacto visual. Después se eleva sobre los menudos cuartos traseros y asoma sus ojos desde la cornisa del colchón, para constatar si los míos están abiertos o no. Naturalmente yo los mantengo cerrados, como un niño que simulara haberse quedado dormido… He ahí una evidencia de mi desventaja. Resulta algo patético ocultarle que sí, que ya estoy despierto, sobre todo porque el tintineo de sus garras en la tarima ha tenido el efecto que ella desea: interrumpir mi descanso. A veces entreabro los ojos y la miro mirarme. Sospecho que ella distingue claramente la impostura de este último sueño mío, tan falto de convicciones como una rendición inevitable.

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Cool infierno

4 07 2013

Alguien aseguró, de camino al punto de reunión, que encontraríamos a Gerhard en cualquier caso, por oscura que fuera la noche. Y era oscura como boca de lobo. La previsión anticipaba que una lóbrega tiniebla comenzaría a expandirse en apenas minutos, como oscuro manto de raso, desde la bocanegra del escenario. Pero tenía razón: G aguardaba ya en el mismo lugar de siempre: a la izquierda de la mesa de sonido. Su presencia (no tanto el hecho físico como su significado) subrayaba un conocido desacuerdo con el entorno; tenía la rotundidad de un faro, de la disonancia pretendida: contra la acechante penumbra, Gerhard vestía una blusa roja de un tejido fino que, en el hiato de focos y contraluces, nos pareció delicada seda, labrada de arabescos. Y una gorra de monte a juego, de corderay diría ahora, pasado el tiempo. «Muévanse rápido, chicos, dentro de poco aquí habrá demasiado tráfico», propuso. Lo hicimos. Pronto el escenario se inauguró de luces y misterios. Las puertas del infierno… murmuró alguien .

Cuando se trata de los Bad Seeds, y mediante la intercesión de su testaferro infernal, aka Nick Cave, la misericordia, la piedad y la esperanza quedan suspendidas hasta nueva orden. Como última concesión a una cierta forma de dulzura, un ratito antes, subidos en un balconcillo VIP entre dos aguas, elevados sobre los torrentes, se habían materializado unos músicos y su maduro frontman. Cantaban y tocaban tan bien las canciones de The Wedding Present que, efectivamente, sólo podían ser The Wedding Present. Y lo eran, si bien nadie los había anunciado. Teloneros del averno. La recensión desordenada de aquel momento, que no somos capaces de fijar, ha tomado ahora la forma de un anuncio de coches. Algo molesto, puede ser; pero la verdad se impone: fue un conciertito de esos que le susurran de manera bien permanente a la memoria, transcurrido el tiempo…

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