La morsa era Paul (se acabó la joda)

15 07 2010

El Mundial se ha terminado, queramos que no queramos. Aunque la gente festejó hasta altas horas de la madrugada del lunes, hubo inadmisibles retrasos en la incorporación al tedio laboral la mañana siguiente y Madrid disfrutó la prórroga de la vuelta olímpica en autocar por la capital… lo que decimos: se acabó la joda. Bajo nuestros pies se ha abierto ya el abismo de la verdad. A estas horas somos igual de campeones que el domingo a las once y cuarto, cuando todos dábamos alaridos, pero lo somos en un reconcentrado silencio y hasta nos sentimos un poco presas de aquella patología que llamamos la soledad del campeón. Ese «y ahora que ya hemos ganado, ¿qué?». Desaparecida la Copa de oro de nuestros ojos, los héroes protagonizaron una última escena prosáica donde las haya, consistente en subirse a un taxi con ropa de calle y marcharse para su casa: como si hubieran sido actores representando una alegre tragicomedia apoteósica, sí, pero ya agotada. A la luz de los focos generales de la sala, esa luz cegadora que anuncia el final de los grandes conciertos que no deberían terminar jamás, descubrimos el gargajo de Piqué, supimos que Larissa Riquelme -muchacha que busca cualquier excusa para desnudarse en público- le ha echado el ojo a Iker Carbonero, y sin esperar un día más los políticos armaron un debate sobre el estado de la nación, espectáculo que enfría los ánimos a cualquiera. Por si todo eso no fuera suficiente, la Liga ya asoma a lo lejos y nos hemos venido con el Real Zaragoza a su pretemporada… Es decir: que hace 72 horas estábamos subidos en una grúa elevadora festejando en la plaza de España y hoy la riada nos ha dejado al borde de una carretera de Soria, con escasa cobertura y un vastísimo pinar castellano atravesado por el asfalto. La realidad es incombustible. ¿Nadie se ha dado cuenta de que este año habría que retrasar la Liga y aun no jugarla, si fuera preciso? ¿No podrían armar una gira interminable de los futbolistas por toda la geografía nacional, como los soldados de la bandera de Iwo Jima, jugando partiditos de media hora con todo el que quisiera retarlos? ¿Nadie imaginó las posibilidades de enfrentar a los campeones del Mundo con un combinado de vecinos del Barrio Oliver, pongamos por caso, y que éstos aprovechen un bajón de tensión en Puyol y Casillas para vacunar a la España de Vicente del Bosque?

Rowan Atkinson, en el momento de recibir la Copa del Mundo de manos de Casillas. El ministro de Deportes de España, a la sazón presidente del Gobierno, no pudo ir a Sudáfrica porque tenía que preparar el Debate de la Nación (la española, eh), pero ya tiene en su palmarés dos Copas de Europa con el Barsa, la Eurocopa, el Mundial, varios tours, giros, roland garroses y bimblendons... Pero con la dorada estaba más contento que Fernando Torres, que se dedicó a vigilarle la caída del pantalón y hacer calladas consideraciones al respecto. A la izquierda de sus pantallas, Jesusito Navas seguía preguntándose quién era ese señor que no dejaba de sonarle de la tele... Pero no caía y tampoco se atrevió a preguntar.

Pero no. Tiene que aparecer otra vez Guardiola, ya está Babic dispuesto para su segunda temporada con nosotros, ahora con el pelo algo más largo, empieza la era Mourinho, y durante los próximos cuatro años las chicas volverán a abominar del fútbol y hasta tratarán de prohibir su disfrute. Todo sin admitir que se trata del mismo deporte por el cual se han pasado las últimas semanas festejando, con su fino olfato para la victoria, y haciendo preguntas capciosas sobre los aspectos más ilógicos del juego, tan ovinamente aceptados por nosotros. En fin… Que la rueda ya nos ha abandonado en manos del espanto diario, el secuestro informativo catalán, las medusas veraniegas, las «cinco comunidades en alerta naranja» y los discursos de un presidente del Gobierno que bota con los seleccionados como un auténtico Mr. Bean, brazos envarados y las manicas medio ocultas por las mangas. El Debate Zp/Rajoy viene a ser el Suiza-Honduras de nuestro día a día… Una colección de cuervos que no se daba ni en Los Pájaros de Hitchcock. La cotidianeidad ofrece rasgos muy violentos. Por ejemplo, Marco Johnnier Pérez cayendo largo sobre el césped de La Romareda en su presentación, cuando exhibía sus maneras de joven promesa frente a los fotógrafos: intentó enganchar ese muchacho unas bicicletas ronaldianas frente a los objetivos con tan mala suerte que pisó el balón y fue largo al piso. Y todos los fotógrafos y cámaras con el angular abierto de par en par… Tuvo que funcionar el recorte conveniente, no era cosa de hundir la contratación con un episodio digno de un programa de zapping. No sólo eso. También leemos que el zoo de Madrid trata de fichar al pulpo Paul, el Nostradamus de Oberhausen. La estrategia tiene mucho de inspiración galáctica tipo Florentino Pérez. ¿Por qué habrían de soltar los alemanes a Paul? Y si lo logran traer, ¿armará y conducirá el agudo cefalópodo una tertulia de zahoríes en Telecinco, con la Bruja Lola, Aramis Fuster y Anthony Blake? Ahora que todo el mundo nos hemos quitado la máscara, resulta que (como diría La Cebolla de Cristal) la morsa era Paul.

Los Beatles, disfrazados para la célebre portada del álbum 'Magical Mistery Tour'. La leyenda urbana que provocaron esta foto y algunas otras falsas pistas derivó en una alegre conclusión: Paul McCartney estaba muerto y lo había sustituido un doble. El asunto es demasiado largo y estúpido como para glosarlo en detalle, pero basta una miradita por la esfera virtual para encontrar el relato completo de aquella teoría conspiratoria. Cada vez que alguien nombraba estos últimos días al pulpo Paul, yo pensaba en la canción 'Glass Onion' y en esta frase: "Well, here's another clue for you all / the walrus was Paul..." Ahí va otra pista para todos vosotros, la morsa era Paul. No hay otro motivo que esa filiación tan personal para el título de este somniloquio... Como son míos pongo lo que quiero, hala.

En fin, que en el mientras tanto y para combatir la melancolía, el Doctor y yo nos fabricamos varios onces ideales del Mundial anoche, después de trapiñarnos una tostada de boletus en salsa de esas que hacen hablar a los grillos en el campo. E incapaces de tomarnos la tarea a broma, incurrimos en la diversificación de equipos ideales para darle salida a esos futbolistas alternativos que han capturado nuestro ojo en este último mes. De esos, el Doctor los caza a todos al vuelo. Así que acordamos un llamado Once Canónico, con los mejores más o menos universalmente reconocidos, y lo pasamos mejor aún con el Once Revelaciones y el muy estimulante Once de los Cuervos con los peores de Sudáfrica. Como no podía ser de otro modo, este último enseguida quedó atestado de nombres, al punto de que había para que Domenech hiciera una convocatoria bien larga. Ha sido un Mundial muy cuervo. Tipo Cuervoranesi, el sacamantecas de Italia. Tuvimos que armar dos de cada para encajar a martillazos a todos los candidatos. Lo pasamos tan bien como en aquella otra comida loca con Per y Marlo en la que nos dedicamos a hacer el Once Histórico de Calvos y el Once Histórico de Bigotudos. Aquello terminó en un gran reportaje para Mediapunta, así que todo esto bien podría ser el germen de un volumen bien bizarro que, por supuesto, jamás llegará a las librerías. Ahí van los equipos. Si usted también se siente solo, puede opinar, pero sin faltar…

Once Canónico

Casillas (Esp) ; Piqué (Esp), Puyol (Esp), Juan (Bra) ; Busquets (Esp); Müller (Ale), Sneijder (Hol), Xavi (Esp), Iniesta (Esp); Forlán (Uru) y Villa (Esp).

Once Canónico B

Edoardo (Por); Sergio Ramos (Esp), Lugano (Uru), Friedrich (Ale), Coentrao (Por); Robben (Hol), Khedira (Ale), Schweinsteiger (Ale), Robinho (Bra); Bittek (Esl) y Klose (Ale).

Once Cuervo

Marchetti (Ita); Evra (Fra), Cannavaro (Ita), Lukovic (Ser), Criscito (Ita); Felipe Melo (Bra), De Rossi (Ita), Gourcouff (Fra); Cristiano Ronaldo (Por), Rooney (Ing) y Torres (Esp).

Once Cuervo B

Green o James (Ing); Jonás (Arg), De Michelis (Arg), Senderos (Sui), Heinze (Arg); Mascherano (Arg); Kaká (Bra), Di María (Arg), Suazo (Chi), Anelka (Fra); Iaquinta (Ita).

Once Revelaciones

Nguema (Nig); Van der Wiel (Hol), Tanaka (Jap), Michel Bastos (Bra); Arévalo Ríos (Uru), Endo (Jap); Honda (Jap), Quagliarella (Ita), Pastore (Arg); Luis Suárez (Uru), Bradley (EEUU).





…y la Tierra a sus pies

12 07 2010

El placer de la victoria absoluta convoca también el inevitable orgullo de sentir que nuestro equipo puso a todos los demás en fila. La resonancia de la Copa del Mundo ganada por España llegó a todos los puntos imaginables. Siempre recuerdo la preciosa tapa del diario L’Equipe el día siguiente a la victoria francesa en el Mundial de 1998: ‘Pour l’eternité’, fue su titular. No sé si será la inevitable eufonía del idioma, pero aquel titular me pareció sencillamente precioso, en un día en el que el periodismo vacila entre la necesidad de definir el estado inefable de euforia general y la perdurabilidad del momento.

AS opta por la tradicional obviedad: ‘Campeones del mundo’. No dice nada que no sepamos, pero es que no hay mucho que saber salvo lo evidente. Para las finales ganadas por el Zaragoza siempre pensé que la sencillez de un «Campeones», a secas, lo explica todo. Casillas con la Copa, la entrada del artículo de Alfredo Relaño, la celebración de Iniesta y la promoción de la camiseta conmemorativa completan la ya clásica portada a doble página apaisada de los grandes momentos en AS.

 

Mundo Deportivo y Sport coinciden plenamente en su planteo de la tapa de hoy. El mismo titular que AS (salvo por los signos de exclamación del Mundo Deportivo) y el foco en el barcelonista Andrés Iniesta, en el momento sublime en el que el autor del gol decisivo alza la Copa del Mundo. Marca, de vuelta a la capital, recupera a Iker Casillas en medio de la celebración colectiva y un titular que insiste, creo, en la incredulidad que produce para el aficionado español la primera victoria en la Copa del Mundo: ‘¡Que sí, que somos campeones!’. El beso de España entre Iker y su chica la periodista Sara Carbonero (también presente en Mundo Deportivo), la patada voladora de De Jong y una despectiva referencia al árbitro Howard Webb («…a pesar de éste, ¡¡¡ganamos el Mundial!!!»), completan la primera de Marca.

La rivalidad que ha despertado durante las últimas semanas la candidatura de España al título y las invectivas de Maradona han acentuado una desconocida controversia entre aficionados argentinos y españoles, de la que como es sabido no participo, pero que me ha divertido. Olé, con el excelente humor y olfato periodístico que lo anima, explotó esa veta desde su titular de la derrota española contra Suiza: «¿Candidatos? Joder…’, puso entonces. Poco a poco, y aún más desde la sonora eliminación albiceleste a manos de Alemania, la consideración hacia el equipo español ha crecido. ‘Que la sigan tocando’, titula hoy el diario porteño, en un guiño envenenado a la célebre frase de Maradona (‘Que la sigan chupando’) el día que Argentina clasificó para jugar en Sudáfrica. Las tornas han cambiado y lo demuestra un mensaje de sana envidia: «España defendió su idea de las patadas holandesas y ganó su primer Mundial con un golazo de Iniesta, a cuatro minutos de los penales. Maradona había cuestionado el estilo tiki tiki del nuevo campeón: ¿No sería mejor imitarlo?’, se pregunta Olé. El brasileño O Globo destaca el estilo de España, con un dardo hacia el fútbol de la Brasil de Dunga: ‘El triunfo de la técnica y la osadía’, dice O Globo. La Gazzetta dello Sport, un diario formidable, llama ‘Conquistadores’ a Casillas y sus chicos. L’Equipe toma el español para proclamar: ‘Campeon del mundo!’. Casi sinónimo, aunque con otro matiz, es el del portugués A Bola: ‘Señores del mundo’. Y Corriere dello Sport resume: ‘España Mundial’.

¿Estaban mirando los americanos, esos señores que habitan en un planeta de campos con forma de diamante y deportes jugados con casco y armadura? Sí, tan despistados no andan. España está en la portada del New York Times y del Los Angeles Times, dos diarios principales. También del resto. El NY Times usa una frase muy clásica del imaginario estadounidense: ‘Spain, on top of the world’. España, en la cima del mundo. Frase con referencias cinematográficas: la gritaba Leo di Caprio subido a la proa del Titanic de James Cameron y, desde luego, el formidable James Cagney en su papel de Cody Jarret en White Heat, de Raoul Walsh: «Made it Ma… Top of the world!», («Lo logré, mamá… ¡En la cima del mundo!»), bramaba Cagney en la dramática culminación de su huida hacia adelante. Con mucho sentido contextual, el LA Times observa bajo la inevitable imagen de Casillas con el mundo en sus manos: ‘La larga espera ha terminado». Sí, después de una cantidad inasumible de frustraciones, el fútbol español tiene por fin la Tierra a sus pies.





El Mundo en sus manos…

12 07 2010

El Mundo, resumido en una hermosa Copa de macizo dorado. La imagen que siempre quisimos ver y que nunca vamos a olvidar.

Fue un grito largo, un grito torrencial, un grito de bestia liberada, de estómago partido por la mitad, un grito de 90 años capaz de hacer arena la garganta, el grito elaborado durante un mes o a lo largo de mil partidos o de un millón. Todos los partidos de fútbol que vimos confluían en éste; y desde este mismo instante todos los que veamos habrán nacido en la noche del 11 de julio y aspirarán a su imposible repetición. Las decenas de miles de goles que miramos o nos fue otorgado soñar (yo soñé anteanoche uno de Cesc que negaría Sketelenburg), los que imaginamos o recordamos desde el momento inicial en el que vimos que el juego del fútbol tenía algo para nosotros, aunque tan chiquitos -y ahora tan grandes- sigamos sin saber bien qué o para qué es. Los goles que no vimos porque estábamos en algún lado, haciendo algo por lo demás inconveniente, tal vez los que metimos en la infancia en la que todos queremos ser lo que ellos fueron anoche, lo que nunca dejarán de ser. Había que pegar ese grito y cruzarlo contra la tremenda lluvia desatada de la noche, ahogarnos en la tormenta y chapotear por una terraza inundada, tratando de comprender por qué sólo alcanzábamos a gritar. Gritar que somos campeones del Mundo. Siempre me pregunté cómo sonaría, qué forma había de tener el júbilo más grande de todos los imaginados. Ahora he creído saber que tiene la forma de un grito y su eco interminable.

No sé si queda algo que decir. El partido no parece necesario contarlo. Fue la victoria de la Bella contra la Bestia. Lo evidente tiene una forma que no hace falta ya interrogar, por sabida, por conocida, por repetida: la serenidad del arranque español, el papel secundario de Holanda y su previsible conversión de equipo de fútbol en escuadra patibularia. Holanda jugó así todo el Mundial: con un ánimo competitivo inquebrantable que levantó sus mediocres niveles individuales; y con una dosis de violencia implícita en cada disputa, que elevaron a un punto cumbre en el día en que más inferiores se sintieron. El árbitro inglés permitió una final sucia, la tercera guerra bóer si queremos exagerar el tono con la unidad de lugar y protagonistas. En el fútbol, estas cosas también pasan a la historia. El fútbol, desmemoriado tal vez, jamás olvida los episodios culminantes de uno y otro signo. A la memoria de la Holanda de los setenta la acompañará siempre ya el apóstrofe de esta Holanda perversa. A la vista de la tentativa de carnicería, España se extravió en el bosque de leñadores y sólo de cuando en cuando hizo claros suficientes para establecer su superioridad. A este equipo tan soberbio lo acecha una contradicción que en el triunfo podemos pasar por alto: cada gol le cuesta demasiado. Su generosidad queda recortada en el área, pese a la diversidad de recursos. Tal falla multiplica la agonía en una noche así, definitiva. Temimos la contra cimarrona unas cuantas veces a lo largo del partido. Temimos el carácter arbitrario del fútbol y su ausencia de lógica. Al final supimos que los buenos también ganan. Iniesta, un muchacho callado, acabó por gritar el gol. Antes lo tuvieron Villa, Cesc, Sergio Ramos, el mismo Iniesta… Y desde luego Robben, que durante 20 metros (huido por el ojo de una aguja que descuidaron Puyol y Piqué) construyó en su cabeza el gol que no iba a meter, el gol que lo perseguirá de ahora en adelante, como una sombra, en cada una de sus escapadas con la pelota.

La victoria final resume algo que siempre procuro recordar. El fútbol, como la vida, está hecho de instantes. De ese pie de Casillas frente a Robben, de la horrible salida de Claudio Bravo, el portero de Chile, que le permitió a Villa imaginarse un tanto lejano y abrió un camino hacia la final que España recorrió con creciente convicción. Evitado el cruce con Brasil, España afiló el colmillo para imponerse a los sucesivos ejercicios de contención de selecciones que la obligaron a trabajar y a no desfallecer en sus ideas ni en la ejecución. No se me quita de la cabeza, no se me ha quitado en todo el campeonato, el balón que le rebotó a Puyol en la rodilla frente a Portugal y que salió al ladito del palo de Casillas. Pudo ser gol en propia meta. Yo lo esperaba, anticipé el pedacito de infortunio que subraya cada fracaso o cada decepción. Pero salió el balón a un lado y tuve un pensamiento nítido: estas cosas hacen los triunfos porque impiden las derrotas. Lo que se llama el cachito de suerte que uno siempre necesita. Como los 22 centímetros del presunto fuera de juego de Villa en el tanto que resolvió aquel mismo partido. Y cada una de las escasas posibilidades que los rivales han tenido de meter un gol, sin que lo lograran. A partir de ahí, el equipo del gran fútbol ganó desde octavos por 1-0, todos los días. Se ve que el 1-0 no es propiedad de Italia; que el 1-0 también puede ocultar la propuesta grande de un fútbol como el de España. Este juego tiene demasiadas líneas de fuga, como para contenerlo entre el paréntesis de los lugares comunes.

La victoria ha tenido un componente de momentos puntuales resueltos a favor del equipo nacional y desde luego el impulso de seis, siete, ocho jugadores irrepetibles. En todos los años que llevo viendo fútbol crucé la mirada en jugadores maravillosos, extraordinarios, elegantes, eficaces, jugadores que lograban lo imposible, futbolistas a los que nadie podía parar por potencia, por velocidad, por habilidad, por una combinación de todas. Ahora diré algo: jamás vi a nadie que jugara tan esencialmente bien al fútbol como Xavi. A nadie. A nadie capaz de simplificar el juego hasta sus mismas esencias, de interpretarlo en la pura sencillez del acto rutinario de tomar una pelota, impedirle al rival su conquista, guardarla y jugarla. Siempre bien, siempre en tiempo, siempre del modo. Hacer cada vez lo correcto. En el fútbol, como en la Literatura, existen grandes fabuladores capaces de armar una historia repleta de maravillas. Otros nacieron con la música de las palabras en los dedos, una música sencilla que provoca esta sensación: la de que una frase jamás pudo ser mejor escrita. Eso hace Xavi: jugar el balón de la mejor manera posible. No con el movimiento del hombre hacia adelante, sino con el movimiento de la pelota imaginado por el hombre.

Empezando por Xavi, estamos no sólo ante la mejor Selección de la historia de España, sino ante un grupo que va a quedar en la memoria del fútbol mundial como uno de los grandes equipos de la historia de este juego. Como ocurrió en la Eurocopa, cada rival ha quedado pequeño, cada uno se ha sabido inferior, aunque todos elevaron hasta donde pudieron su nivel de competitividad para dificultarle su anunciada victoria. España ha sido tan grande que ha logrado sobrevivir a todas las exageraciones, algunas patéticas, que la han rodeado. Ha sabido levantarse por encima incluso del desacierto de los juicios: no hablo de los ataques, que a esos es fácil resistir, sino a la ausencia de criterio para juzgar con sentido común a este equipo. Aunque sólo sea por costumbre, es mucho más sencillo sobrevivir a los dardos envenenados que al jabón en la espalda. España lo ha logrado. Ha sido capaz de ponerse a la estatura de todas las exigencias. Porque parecía que ser campeones del Mundo consistía en viajar a Sudáfrica y ponerse a jugar. No. La gloria cuesta mucho. Muchísimo. La gran obra de este equipo, para siempre ya, será la semifinal contra Alemania, el mejor partido que le vi jamás a un equipo de España. Por significación y por forma. Por la grandeza convocada en el momento. Por la respuesta, la resolución, la seguridad, la estatura de la puesta en escena. España ha construido un arquetipo de juego y lo ha cubierto con el oro de la victoria: Eurocopa y Copa del Mundo, la combinación de los grandes, el tejido de un ciclo que corrobora la radical eficacia de la propuesta. Ha sabido mantenerlo en la transición entre dos entrenadores y agregando futbolistas de un torneo a otro. Y con tal vigencia coronada en Sudáfrica, reclama ya su puesto junto a los grandes equipos que tuvo este deporte. Esta España campeona del Mundo no se detiene en la construcción de una Leyenda, porque en las leyendas interviene la pasión de quien observa, la nuestra, la de aquéllos que consideramos nuestra la victoria porque forma ya parte de nuestras vidas. Una Leyenda es subjetiva. Estos chicos han hecho algo más perdurable, más consistente. Su irrevocable grandeza consiste en haber añadido un capítulo a la Historia Universal del fútbol.





Furia y Fútbol: instrucciones para ser español

8 07 2010

Al poco de acabar el partido, anoche, nos subimos dos hombres ya grandes en una misma bicicleta, como si tuviéramos ocho años, y pedaleamos por aceras y calzadas hasta la Plaza de España. ¿Qué estábamos haciendo? Escépticos como siempre fuimos, habíamos ingresado de lleno en la pura incredulidad. Díganme, de verdad: ¿Qué hacemos los españoles en una final de la Copa del Mundo? ¿Todo esto va en serio? A nosotros no nos corresponden este tipo de cosas; se diría que no nos corresponden. Que no forma parte de nuestro ser. Que ser español es muchas cosas de las que sentirse orgulloso si uno quiere pararse a pensarlas. Algunas que lamentar, para qué ocultarlo, pero los países se hicieron imperfectos por definición, a pesar de lo que los argentinos piensen de sí mismos. O sea, que siempre vamos a tener ahí la gloria perdurable de Cervantes, el descubrimiento de América, que sólo los yanquis nos pueden discutir si es que en verdad llegaron a la Luna. Este sol que es vitamina, los versos con anteojos de Quevedo, los maestros del Barroco pictórico, la tortilla de patata y el jamón ibérico… qué sé yo. Incluso los chicos del basket, desde luego Rafa Nadal… Sin embargo, todo esto no servía de nada. A ver, ¿cómo va a salir uno a la plaza de España a festejar las Meninas de Velázquez, un triunfo de Ferrari, no digamos el Caballero de la Mano en el Pecho? ¿Le importa de verdad al pueblo si Espargaró hizo la pole en Assen? ¿Arderían banderas en nombre de Domenico Theotocopulos? ¿Sirve de algo plantarse en un bar y enfrentar a cuatro tanques germanos con el argumento de que nadie pintó vírgenes como las de Zurbarán ni los metafísicos relojes blandos de Dalí? No. Que no.

Ahora es cuando tenemos el arma definitiva, hermanos. Ahora sí. Y espera que todavía queda una el domingo, lo de los Tercios de Flandes. Pero ya vamos bien puestos. Ahora sí que podemos ir al G-20 en camiseta. Porque si el teutón, digamos, reúne fuerzas y trata de defenderse de la ofensiva sociocultural, estamos preparados: un Goethe, un Hermann Hesse, no digamos un Gunther Grass… bah, son pistolas de agua en situaciones como ésta. ¿Heine? ¿Pero quién leyó a Heine? ¿Usted piensa que en Colonia leyeron a Heine? No, hombre no. No hay que temer esos nombres. Ni siquiera los de sus filósofos, que los tienen. No corra usted el riesgo innecesario de pensar en Ortega y Gasset, no es el momento. Desestime ese ataque con indiferencia, como que no llega al nivel. Y sólo cuando el nibelungo se venga con un Wagner por delante, ahí sí, ahí hay que disponer con entereza la contraofensiva: cuando entone el alemán los primeros y rotundos compases de La Carga de las Valkyrias, se saca usted del bolsillo la foto de la Carbonero y, después, una tamaño poster de Puyol con los brazos abiertos al aire de Durban. He ahí una combinación demoledora. Prepárese para verlos caer. Hacen un ruido que usted no va a creer. No dude. Ese uno-dos anímico contiene en sí mismo todas las superioridades de las que ahora mismo podemos presumir. Resumido, viene a decir: somos más guapos, más fuertes, jugamos mejor al fútbol y además ganamos. ¿Schweinsteiger? Bah, no vamos a soltar el secreto del gazpacho, o sea. Frente a tal ofensiva esa gente, que jamás concedió un paso atrás en toda su historia, está rendida. Si en su condición germánica aún tratasen de resistir agitando las tres estrellas del escudo, usted no vacile: sin miramiento alguno, reproduzca con gran locuacidad de gestos el imperial salto de cabeza del Puyi, haya o no balón por el medio. El fúbol no tiene memoria, por eso hay que avivarla. Si tiene un amigo que se la toque templadita desde el baño, vale, pero aquí recomendamos que todo esto se haga mejor sin pelota, porque evita errores y centra la potencia escenográfica del acto en el hombre, que de eso se trata. No se detenga por nada, tampoco por el cartel del Reservado el Derecho de Admisión: si pudiera, derribe una o varias banquetas mientras marca los tres tiempos bien arriba, y caiga al final del vuelo con el estrépito de un Hindenburg en llamas, aplastando si fuera posible algún concurrente nativo de la localidad de Heidelberg, Bielefeld o Baden-Baden. Una vez en el suelo, proporcione severos empujones a los asistentes neutrales del local. Esos son los peores. Si lo increpan, ignórelos: son gente sin memoria ni conciencia. Indignos de ser tenidos en cuenta.

Una vez comprobado que Neuer vuelve a estar batido y que, una vez más, nos hemos clasificado, inicie una carrera enloquecida hacia la puerta con las manos de par en par y acompañe con un poderoso rugido su racial salida del establecimiento. No se detenga hasta el próximo local ocupado por alemanes (el término no quiere tener doble sentido)… Ahí, recompóngase (dejar la camiseta por fuera) y repita la escena paso por paso.

Pd: A la manera de la hinchada de Rosario Central con la ‘palomita’ de Aldo Pedro Poy los 19 de diciembre, el Gobierno de España debería obligar por decreto a Puyol a repetir su cabezazo victorioso cada 7 de julio, en una cancha ambulatoria que iría de gira por las capitales de provincia y localidades mayores de 25.000 habitantes, para solaz de la chavalería y emoción de sus mayores. Convendría que participasen ciudadanos royos y de ojos claros, bien plantados y con gesto pétreo, con el fin de que ejerzan de defensas germanos, para darle mayor realismo a la escena. A pesar de la evolución racial de la esencia alemana, respétese el arquetipo, para no confundir a la gente con opiniones encontradas acerca de la multiculturalidad. Además, la ficción es otra cosa, más simbólica, téngase en cuenta. Sólo en caso de que algún mesache tenga de natural ojicos saltones y cara de asustao, se le dará el papel de Özil. Si se puede invitar al Piquenbauer de pareja de Carles, mejor, ellas lo agradecerán. Acompáñense los festejos con montaje de noria, tiovivos y látigo de Valencia. Se autorizan carreras de camello con rifle de agua, perritos piloto y cucañas, siempre que no contengan en su interior animales completamente vivos.





¿Holanda? Dejen de joder…

7 07 2010

Los alemanes le preguntaron al pulpo y el pulpo dijo que ganaba España. Los españoles, mientras, le preguntamos a la Reina y la Reina, recién llegada a Sudáfrica, también ha dicho que gana seguro España. Se ve que a estos dos les pones unos mejillones y te anuncian el triunfo español a carrillo lleno. ¿Se imaginan a la Reina previendo una victoria alemana? ¿Qué hacemos entonces, nos la comemos a feira con pimentón? Y Schweinsteiger, ¿qué dice de todo esto?

En fin, para qué negarlo: resulta inevitable sentir que sólo un cefalópodo ha podido disfrutar este Mundial. Y que la clasificación de Holanda para la final de la Copa del Mundo resume el mediocre nivel de la mayoría de los equipos y la cantidad de matices que se les puede oponer a los que presuntamente han sido los mejores. Si resolvieron la victoria sobre Uruguay fue por recursos, que no por fútbol. Voy a considerar el tastarro de Gio a la escuadra una de esas cosas inverosímiles en las que el fútbol resulta tan pródigo. Nada reclama mi atención en Holanda, ni el funcionamiento colectivo ni el desempeño individual de sus futbolistas más elevados: cierto que Sneijder y Robben llevan un año enorme y ejercen un impacto decisivo en muchos partidos, pero son jugadores a los que me basta con ver en un compacto rapidito del choque, un resumen de tres minutos. De verdad, los goles y listo. Van Persie no ha mostrado nada para la memoria, aunque lo tengo por un estupendo delantero (mucho mejor que Huntelaar, si algún madridista está mirando). Kuyt no me dice gran cosa, ni en Holanda ni en el Liverpool; Heytinga me resulta mediocre; y Van Bommel, rendidor incombustible, se ha valido de la permisividad arbitral, o de su destreza para la violencia sorda, para hacer un muy buen torneo. En realidad, ese chico debería haber visto no menos de diez tarjetas amarillas y alguna roja entreverada: no he conocido, salvo por Albelda, un futbolista que pegue tanto con tan escaso castigo.

Uruguay hizo mucho más de lo que le correspondía. Su último gol, el de Maximiliano Pereyra, compuso la afirmación postrera de un carácter inquebrantable. Sin el listo Luis Suárez a su lado, en algún momento pareció que Forlán peleaba contra el mundo entero. Cierto que Galvani completó un partido de singular esfuerzo, incansable allá arriba, pero nunca fue tan hábil como laborioso, y pareció lejos de de amenazar otra cosa que la paciencia del vulgar Heitinga y el olvidable Mathijsen.  Tabárez ha gestionado un sueño con la entereza anímica de los supervivientes y la realidad del Mundial le ha concedido generosos virajes en momentos muy concretos. Uno se alegra de que haya sido así, pero si Uruguay llega a entrar en la final de este Mundial, me hubiera preguntado muchas cosas. Sólo unas pocas más, para qué mentir, de las que me pregunto mirando a Holanda esperar ya la tercera final de su historia. Tal y como va todo, llevo varias noches con sudores fríos y en pesadillas veo aVan Bronkchorst levantar la Copa…

Por el otro lado llegan España y Alemania. Seguramente Alemania el mejor equipo del campeonato, sin hacer ninguna maravilla pese a la contundencia de sus goleadas en octavos y cuartos. España, bueno… hay que retorcer algo los argumentos para proclamarla «la que mejor ha jugado al fútbol». Si lo ha sido, lo habrá sido ocasionalmente. Lejos del ejercicio estilístico, su Mundial posee el mérito de haber pasado rivales más empeñados en incomodarla que en vencerla. No es un triunfo menor. También ha acertado a gestionar pasajes de rabiosa ansiedad dentro y a su alrededor, y el pesadísimo cartel de favorita; y las críticas pertinentes a esa condición. Éstos tampoco constituyen valores medianos. Respecto al fútbol, individual y colectivamente ha quedado en un escalón inferior a su explosión en la Eurocopa, pero ha ido resolviendo las deficiencias con competitividad y el acierto implacable de David Villa. En general, uno tiene la impresión de que las dinámicas de Alemania y España se cruzan en algún punto medio del camino, que confluye en esta semifinal de hoy: España alcanzó su cima hace dos años y viene tal vez no en una bajada, pero sí en la administración peliaguda, pero victoriosa, de un retroceso; Alemania, por contra, está creciendo. No me parece la maquinaria invencible que parecen anunciar los análisis. Sí un buen equipo, más germano de lo que muchos quieren subrayar (no espero verlos en un ataque desaforado esta noche, sino esperando a España a la contra), y un punto por encima del resto en este torneo. Pero este torneo, hay que decirlo una vez más, ha sido lo que ha sido.





El portero que habla con sus palos

6 07 2010

Muslera detiene, el guante ya pegado al suelo, uno de los dos penales que le dieron a Uruguay el pase a las semifinales. A los 24 años, el portero del Lazio soporta con ligereza sobradora una pesada herencia de arqueros uruguayos y es responsable directo de que la Celeste juegue hoy la semifinal.

Fernando Muslera atrajo mi atención una tarde del pasado diciembre, cuando en un hotel de la ciudad de Génova miraba distraído por televisión el derbi entre Lazio y Roma. No sé qué fue, si alguna parada, una cierta preponderancia escénica del portero uruguayo en medio de un partido con ribetes de locura o sólo la eufonía de su apellido en la voz del narrador italiano. Muslera me quedó en la memoria, impreso como quedan algunas imágenes inexplicables. Más tarde completé un cuadro en el que aparecía como portero de Uruguay y como responsable de la suplencia, y la posterior salida del club, de Juan Pablo Carrizo, entonces meta del Zaragoza. Entonces… resulta que el Lazio tenía en su plantilla al portero de Uruguay y al portero de Argentina. No está mal… La de reportajes que uno podría hacer con eso. En apenas ocho meses como primer arquero de la selección de Uruguay (se hizo titular el mismo día de su debut), Muslera (24 años) ha hecho un camino portentoso que le anuncia un trayecto muy largo en la Celeste. Tiene mejor promedio de goles (le hicieron sólo dos en todo el Mundial) que los tres tótem de la portería en la historia uruguaya: Enrique Ballestero, campeón en 1930; Gastón Máspoli, el meta de la Celeste en el Maracanazo de 1950; y el inolvidable Mazurckiewicz, cuartofinalista en 1966… Por si a los números les faltara algo de alma, el Mundial de Sudáfrica ha contribuido a la leyenda colectiva y desde luego a la individual. Muslera sacó dos penaltis de la tumultuosa tanda contra Ghana en cuartos; y antes el larguero le había rechazado otro a Gyan, en el último minuto de la prórroga, desenlace que compone ya el episodio más dramático de un Mundial parco en simbolismos. Fernando Muslera le agradeció al travesaño: «Sos un grande», le dijo. Durante los tiros desde los 12 pasos observó una liturgia de inspiración religiosa en la que le habla a los palos y al cielo, que bien podrían ser los únicos apoyos en medio de la gigantesca soledad de un portero ante un penalti. «Les pide a los palos que estén conmigo y le  rezo a una Virgen muy íntima cuyo nombre no diré. Es algo muy mío y me lo guardo», explicó Muslera.

Uruguay ha tomado la vía trascendental, la del que siente que el triunfo constituye una misión de inspiraciones que lo pasan por arriba. La tradición de un paisito de menos de cuatro millones de habitantes que produce jugadores de fútbol de una pieza, reconocibles, muy reconocibles, como otros países exportan cacao, café o esmeraldas. Cómo no querer que Uruguay le gane esta noche a los holandeses. Cómo no estar del lado de la garra charrúa, de las piernas del Uruguay, de esos morochos de hierro, de la leyenda de Obdulio Varela, Ghiggia o Schiaffino, de estos yorugas atrevidos, de fútbol macho, entero. Y de un entrenador que habla así (apenas habla, apenas acierta a hablar) después de la tremenda victoria contra los ghaneses. Óscar Washington Tabárez, el técnico de Uruguay, un tipo que lleva toda una vida en los banquillos más diversos de Sudamérica:

Nunca he podido ser de Holanda, aunque haya tantos detalles que lo hacen admirable como país futbolístico. Otro vivero chiquito de futbolistas bien grandes. Era sencillo admirar a los naranjas entre 1974 y 1976. Ya menos a las alturas de 1978, pero aún… Uno creció en el contexto de la dualidad entre el Bayern Múnich y el Ajax, y tomó nota plena del fútbol en el intermedio de las dos finales jugadas por Holanda. En el recitado monótono de nombres como Repp, Neeskens, Rensenbrick y, desde luego, Cruyff. Algo más tarde, imposible pasar por alto la singularidad de los hermanos Rene y Willy Van der Kherkof; y una década después, el impacto aún vigente de Gullit, Van Basten y Rijkaard en el Milan… A pesar de todo, mi memoria se empeña en considerar la Italia de entre 1976 y 1978 -un equipo que casi nadie recuerda- como un modelo insuperable de fútbol hermoso. No puedo apelar a ningún detalle concreto sin mirar la documentación, pero permanecen inalterables algunos nombres (Zoff, Scirea, Cabrini, Antognoni, Causio, también Rossi y desde luego mi infantilmente querido Roberto Bettega); y una conciencia plena del juego que hacían los azzurri. Era fácil admirar a Holanda, pero yo me enamoré de esa Italia.

La Holanda de hoy tiene poco que ver con todos aquellos modelos. Es un equipo que gana más de lo que juega (suma 15 partidos sin derrota y está invicto en el Mundial), lo que significa un desacuerdo casi histórico con sus principios. No lo hace por especulación, sino por imperfección. Una imperfección superada por el despliegue enorme de un jugador de gris antipatía como Van Bommel, defensores más acerados que hábiles y la imprevisibilidad que le procura su asimetría posicional: Kuyt a un lado, Robben en el vuelo cambiante y directo de una libélula, la amenaza algo extraviada de Van Persie y ese Sneijder que recorre tanto campo como sea posible y siempre con un sentido bien definido. Holanda parece no tener futbolistas específicos de nada, salvo el delantero centro, pero todos hacen algo distinto a lo casual.

Enfrente, Uruguay ha llegado a puro pulso donde está. Desde la fase de clasificación (quinta en la zona sudamericana, clasifcada en una repesca con Costa Rica) hasta el indulto que le permitió Ghana. En cualquier caso, a Uruguay le puedes ganar, pero no vas a bailarla. El oriental es «duro, resistente, noble y aguantador (…). Sólido, férreo, macizo y algo rústico, hecho para dejar a la intemperie, como un enano de jardín». Así definió Roberto Fontanarrosa al defensa uruguayo en su volumen No Te Vayas Campeón, uno de los libros más hermosos (el mejor escrito, anticipo) que se hayan publicado sobre el fútbol. Descartado el miedo a la altura o el vértigo de la grandeza, que anula la genética de la memoria, es obvio que el gran problema de Uruguay consiste en detener el viaje diagonal de Robben, tránsito durante el cual el eléctrico delantero naranja va tensando la catapulta mientras pasa defensas con apariencia ingrávida. Y las perpendiculares de Sneijder. La improvisación de estos dos tiene poco que ver con la mecánica armada del resto.





Achtung baby!

5 07 2010

Los teóricos del periodismo -una gente muy peligrosa- sostienen que la estructura clásica de las noticias de acuerdo a las cinco uves dobles (What, Who, When, Where, How o Why) debió morir con el telégrafo, que fue su razón de ser. Otros teóricos del periodismo -igual de peligrosos- advierten de que el why (por qué) es ahora el que manda, cuando el why jamás debió ser incluido en la estructura jerárquica de una información. El por qué tiende a ocultarse o a ser opinable. Una cosa es el análisis y otra establecer por qué ha sucedido algo un minuto después de que haya ocurrido. En el periodismo deportivo, la reflexión y las autopsias tienen lugar sobre un terreno muy resbaladizo: el de un juego, digamos el fútbol, con escasa dependencia de las lógicas mundanas y una filiación más próxima a lo casual, lo arbitrario, lo repentino y, sobre todo, el implacable error humano. El resultado de la obsesión analítica deviene en una actividad en la que el acierto resulta más complicado que enhebrar una aguja a media luz mientras uno patina sobre hielo. 

Tomemos el ejemplo de Brasil. Al mundo no le vale que Brasil fuera eliminado con todas las de la ley por Holanda en un partido radicalmente inexplicable. No por cómo ocurrió, sino por qué ocurrió. Al mundo no le basta con decir que hubo un gol en propia meta y que, sin que aún sepamos por qué, los brasileños deshicieron su figura hasta convertirse en monigotes. El mundo quiere más: sobre todo, quiere una cabeza en la bandeja a la hora de cenar. A uno le pareció de verdad que el Scratch iba destinado a la final y seguramente la Copa. Resulta evidente que tengo el punto de mira girado. Ningún otro equipo me pareció tan completo en todo el Mundial: es más, me lo sigue pareciendo. O tal vez ya no, porque el ejercicio defensivo de los alemanes contra Argentina ha redondeado a esa selección, a la que me parecía advertirle ahí atrás una leve tendencia a la vulgaridad y la vulnerabilidad. Es obvio que que sobreestimé a Brasil; tan obvio como que Brasil sigue siendo un equipo notablemente mejor que Holanda, que son Robben, Sneijder, un Van Persie en versión recortada y un grupo de buenos jugadores del montón. Y sin embargo, Holanda debió hacerle no menos de tres goles al penta. Que a Brasil, equipo ordenado en función de un millar de detalles tácticos, le hagan un gol de pelota parada, y que ese gol ocurra además en propia meta…; y que el equipo entre en un derrumbe estrepitoso, incapaz de racionalizar su ansiedad y de sostener el hálito competitivo que lo había animado hasta entonces… todo eso supone el colmo de un técnico obsesivo como Dunga. En todo caso, Brasil estaba condenado de antemano por todo aquél que ha considerado una perversión el viraje estilístico de Dunga. Ni siquiera un sexto campeonato habría liberado al entrenador brasileño del peso moral de su traición: durante estos años Brasil ha perdido por Dunga y ha ganado a pesar de Dunga. A buena parte del periodismo, y de la hinchada, tan endeble explicación le sirve de por qué. ¿Por qué se ha ido Brasil en cuartos? Por no ser Brasil. Ah, bueno… 

Joachim Löw, el entrenador alemán: pocos habrían imaginado un equipo germano tan diverso y casi ninguno sería capaz de llevar un conjunto de traje resuelto con cuello azulón en pico como lo viste Löw. Imaginen con este terno a Del Bosque, Maradona o Dunga y verán de lo que hablo...

Lo mismo valdría para Argentina, aunque por motivos opuestos. Dunga es demasiado táctico; Maradona, excesivamente intuitivo. Pensó que Argentina podría ser campeón sobre dos pilares: el presunto genio hereditario de Messi y el expansivo amor que como entrenador él les ha profesado a sus futbolistas. Con esa receta casera, hasta cuartos no le tosió nadie, por más que ahora digan que México anticipó los problemas. Pero apareció Alemania con su reunión de tanques y caballería ligera y aplanó la falacia voluntarista de los albicelestes. Hay un lugar muy común en el fútbol, ese que defiende que a un grupo de buenos jugadores no hace falta sino ponerlos en el campo y dejarlos que se expresen. Que el entrenador sobra. Cualquiera que haya vivido próximo a un equipo de fútbol sabe que la realidad opera de modo bien diferente. Para bien o para mal, los entrenadores definen a sus grupos. 

Si le damos la vuelta al argumento y miramos a España, habrá que preguntarse qué sentido tiene todo. España está en las semifinales después de protagonizar un alejamiento cada vez más acusado del estilo de juego que la llevó a ser campeona de Europa. Resulta que el partido que más se pareció a aquello fue el de Suiza. Como se sabe, el único que terminó en derrota. La insistencia de Vicente del Bosque en considerar titular indiscutible a Fernando Torres desplazó a Villa a la izquierda y a Silva al banquillo. Hay otra variación, ya comentada: la reunión de Busquets y Xabi Alonso, que hurta otro espacio a los pequeños. En la Eurocopa, el modelo lo sostenía la disonancia entre Senna y Xavi en el espacio creativo. Aquel equipo ha quedado idealizado, como modelo de funcionamiento y de ejecución. Inútilmente, la crítica ha pasado el Mundial discutiendo si España se aproximaba más o menos al canon de Luis Aragonés. Acerca de Torres han amortiguado los disparos: el chico no está bien, pero hay que darle partidos para que llegue a estar bien.Como si esto fuera un torneo de 38 jornadas. ¿Y a Silva no hay que dárselos? ¿Y a Cesc no hay que dárselos? La conjetura surge sola: criticar a Torres -que es de la casa- significa lo mismo que criticar a Zapater cuando jugaba en el Zaragoza. Una traición a la sangre. Un acto sin ética ni humanidad. 

Los chiquitos españoles se reúnen para formar una montaña: en la base de esa pirámide está Villa, rutilante con sus cinco goles para llevar a España al terreno desconocido de las semifinales.

Yo soy de los que cree (si es que hubiera alguno más) que Luis Aragónes se fue encontrando el extraordinario equipo español que hoy tenemos un poco por mérito propio -intentar versionar un modelo-, otro poco porque los futbolistas se imponen a sí mismos con sus actuaciones y algo más por evolución colectiva. Un mes antes de la Eurocopa nadie podría intuir, o al menos yo desde luego no lo hice, que aquel juego moroso de toque que practicaba España, con una molesta tendencia a las líneas horizontales y el manierismo, iba a evolucionar en una máquina diabólica de hilar seda. Todo esto no supone una crítica a Luis, sino la tentativa de razonar que en el fútbol, precisamente, no todo se puede razonar. Y menos cada tres días. Eso de que a un entrenador se le vaya haciendo solo el equipo supone un proceso mucho más común de lo que parece: a veces ser entrenador consiste en ver lo que no es evidente, lo que nadie anticipa; a veces, se trata de aceptar que lo evidente, lo que cualquiera ve, es lo necesario. Ninguna de las dos posibilidades se da a tiempo completo. España está en semifinales por primera vez. ¿A quién le importa ya si juega más o menos parecido a como lo hacía dos años atrás? La victoria contra Paraguay fue tan imperfecta como las demás, pero fue victoria igual que las demás. Con Alemania aparece ya un rival temible, como no podía ser de otro modo, que seguramente planteará un partido similar al de Argentina, sin ceder espacios de tres cuartos del campo en adelante. Faltará Müller, un alivio porque es, con permiso de Villa, el mejor jugador del Mundial. Pero los alemanes no son sólo sus medias puntas y un tallo al que se le caen los goles del bolsillo. Es también el carrete interminable de Schweinsteiger, una exuberancia física envidiable, el juego cuidadoso de Khedira, la llegada de Lahm y desde luego el percutor Klose, un tipo hecho para los Mundiales. Particularmente temo el desajuste de España en el fondo cada vez que el incontintente Sergio Ramos practica una de sus salidas en manada por la banda: cada pelota larga a la contra suele crearle problemas a España por ese lado, al que ha de caer Piqué para la cobertura. Busquets está jugando un gran Mundial, pero no maneja aún, pienso con humildad, el metrónomo táctico y posicional de un Senna para anticipar esos cierres. Es verdad que Alemania ha jugado al ataque más que Chile, Paraguay o Portugal: pero lo ha hecho hasta que ha necesitado otra cosa. Temo que con España se pondrá también cínica, porque el gran peligro de España es su inigualable capacidad de asociación en espacios pequeños alrededor del área.

El Guaje va a marcar una época, a pesar de la miopía que lo ha rodeado casi siempre en el fútbol español. Con indisimulado orgullo confesaré que yo guardo (y visto en días como el pasado sábado) la primera camiseta de España que Villa se puso nunca: una que yo mismo le compré para hacer la tradicional foto en La Romareda el día que lo seleccionaron por primera vez.

Y Villa, claro, camino de ser el mejor goleador de la historia de este país: un delantero que ha tenido que acercarse a la treintena para que, por fin, uno de los grandes se decida a pagar por él lo que sin pensar han pagado por antojadizos suecos o franceses autistas. Un goleador superlativo del que, por cierto, hasta se dudó en Zaragoza a su llegada. Sí, sí: uno recuerda haber escrito un artículo en defensa del Guaje titulado El goleador indudable. Porque había quien cuestionaba si estaba capacitado para anotar en Primera. Pero ese es otro tema. Si miramos el Mundial en perspectiva, podemos subrayar hasta qué punto fue importante la boutade de Claudio Bravo, el portero de Chile, en aquella salida extemporánea que le permitió al Guaje abrir el marcador. Podemos pensar que España hubiera acabado ganando de cualquier modo; podemos pensar que no… lo que la habría dejado segunda del grupo, con el consiguiente cruce en octavos frente a Brasil. Si Chile no se dispara dos veces en el pie, todo hubiese sido diferente. O tal vez no. Porque siempre cabe la posibilidad de que los africanos tiren a la mierda un penalti en el último minuto de la prórroga, como sabe Uruguay. Que el Loco Abreu haga la de Panenka y Zidane. O incluso que Brasil, pregúntenle a Holanda, se dispare un tiro en la cabeza.