Diario no diario (X)

12 02 2021

Martes

A menudo hago anotaciones fugaces en este diario. Mientras trabajo, o cuando paseo. O como ahora, de visita a mamá: ella mira La última cacería, la película de Richard Brooks con Robert Taylor y Stewart Granger; yo merodeo por este precipitado sin orden de los días. Aquí desembocan los instantes que se mezclan con la voz en mi cabeza, la voz de el otro: un relator incansable que me cuenta lo que estoy viendo y pretende ufano que los días siempre contengan una tentativa de narración. Si le doy la razón, debo fiarme de la memoria -que no se desvanecerá la frase en la que le doy forma-, o venir enseguida aquí y ensayar una primera aproximación sobre la que más tarde habré de regresar. Work in progress.

Hay escritores y aspirantes a escritores que anotan sus ideas en una libretita, que jamás abandonan. Como si hubiera de cumplir un guion, un arquetipo, a lo largo de los años yo también he comprado algunas moleskines en las que de forma inútil planeé escribir ideas, breves descripciones, acaso borradores de relatos. Casi nunca anoté nada. He sido también un bartleby del cuadernito.

La otra tarde pasé por el café en el que mantuve la primera entrevista de las muchas que acabarían dando forma a Bienvenido, mister Loach. Era un domingo a mediodía y para la cita llevé una de esas libretas compradas con pretensión literaria. Una de tapas negras y hojitas color crema. Mi interlocutor, M., había estado presente en el rodaje en su condición de médico del pueblo; de su memoria tomé varios apuntes que abrieron caminos, que después se volverían avenidas y luego un mar y más tarde un inmenso océano de datos, anécdotas, recuerdos y suposiciones. En la última mudanza recuperé la libreta de su ostracismo y repasé las notas que tomé en aquel local soleado, por cuyas ventanas el invierno entraba hecho una primavera. Ya no volví a usarla más y después todas mis anotaciones para el libro se acumularon desordenadas en folios sueltos, de líneas que se cruzaban en todas las direcciones. Me recuerdo bien, rodeado de aquella inmensidad, pensando cómo iba a domesticarla en la forma de un relato estructurado. A menudo ni siquiera entendía mi propia letra. Añoro mi mejor ortografía y envidio la ajena: con los años, cada vez he escrito menos y peor. Pero lo logré, de algún modo. Y siempre celebro esa conveniente habilidad del oficio de periodista.

Por contra, estos breves apuntes digitales se parecen menos a una pretensión de obra perdurable que a los mínimos asientos numéricos de un tenedor de libros, como los del senhor Soares de Pessoa. Mi desasosiego, que no va a ningún lado, compone un recuento sin formas ni intención cierta. Escribo de frente a la vida, con las ventanas abiertas, y libero de inmediato lo que cuento en lugar de guardarlo en un cajón, un gesto que aspiraría a la inútil trascendencia. Cada pocos días, sin orden ni frecuencia, dejo que cualquiera se asome a estas minucias de mi intimidad. Mi cuenta de pérdidas y ganancias de cada día.

Mientras por afuera pasan los aviones.

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Jueves

Ya he reconstruido mi pequeño paraíso borgiano. Una librería blanca, de lado a lado de una pared de cuatro metros, del suelo al techo. A veces cumplo viejas aspiraciones como esta: disponer una enorme librería y delante de ella, un par de sillones que inviten a la lectura. Ando creando espacios en mi mente. Como si hubiera tallado un retablo monumental, a menudo me paro frente a ella y la miro. No es tanto orgullo como una preferencia estética: pocas cosas me parecen más hermosas que un muro forrado de libros, incluso este mío, que juzgo modesto para lo que yo desearía. Nada me procura la tibieza acogedora de una biblioteca. Podría quedarme a vivir en tu librería. Este es mi paisaje favorito, tal vez incluso mi lugar preferido del mundo o donde me siento más en casa. Adoro las fotos de inmensas bibliotecas y, en general, los lugares repletos de libros: esas imágenes de las estancias de los escritores, que rebosan literatura; libros que colonizan todos los espacios; libros de pie, libros acostados, libros que se inclinan y conforman torres inciertas, rascacielos de páginas, pasadizos y felices montoneras de títulos en glorioso marasmo.

La invasión salvaje de la palabra escrita.

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Viernes

Va a hacer un año ya desde que el coronavirus quebró el tiempo y armó una barricada de muerte al paso de los días. Nos dijeron que ésta era nuestra guerra. No lo creo. Siempre he pensado que nos equivocábamos al pensar que la Historia había terminado. Que un día volverán las batallas, la destrucción y la barbarie. La de verdad, no la metafórica. También sospecho que avanzamos cada vez más deprisa, y más agitados, hacia ese destino… Cuando lo digo, me recomiendan que deje de ver telediarios. Resulta irónico, porque hace años que no miro ninguno.

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Sábado

Los ataques violentos entre perros, ¿son terrorismo o casos aislados?

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Domingo

Quienes sobrevivan contarán cómo fue este tiempo tan absurdo, tan inexplicable. Y al tiempo, tan despiadadamente natural. B. ha reabierto su bar tras varios meses de incierta recuperación. F. y su familia llevan más de 15 días encerrados en su casa, doblados por el contagio, con síntomas más molestos que graves. Dolor, cansancio y, aún más, el miedo a que empeore todo. Pasan consulta por teléfono: una mera descripción de las afecciones diarias, algún fármaco cotidiano y un poco tranquilizador bueno, que siga así todo y hablamos en otros cuatro o cinco días. Cumplidos los días de aislamiento y mitigados los síntomas, uno esperaría la confirmación de que el virus ha sido vencido. Pero lo único que obtienes es una suposición: si remitieron los síntomas, puede que se haya pasado. El protocolo no incluye una prueba adicional que ratifique si ya pasó o no pasó.

¿Y cómo puedo saber si estos 10 días de aislamiento han sido suficientes y estoy limpio para regresar a la actividad habitual o al contacto con otras personas?

Bueno, es lo que dice el protocolo.

Y si quiere, usted puede salir a la calle, subido en el pedestal del protocolo, que viene a ser como la capa de Superman.

Cada vez nos entran más pacientes de treintaipocos en la UCI, me cuenta M.

No más de dos o tres casos en España, aventuró Simón. Hace ya casi un año.

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Lunes

Creo que estoy en la tercera ola anual de melancolía.

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Miércoles

A sidekick le duele estos días la pierna. Se queja mientras caminamos de vuelta a casa, porque según él vamos demasiado deprisa. Y a él le duele la pierna. Le pregunto si durante las dos horas en que ha estado corriendo y jugando en el llamado multideporte no le ha dolido. Me mira con suficiencia y me explica:

Claro que no porque, cuando corres, al dolor no le da tiempo a alcanzarte.

Me quedo pensando.

Si camino deprisa por la vida, tal vez al dolor no le dé tiempo a alcanzarme.

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Viernes

Pregunto en la librería por Nomadland, aquí titulado País nómada, pero aún no ha llegado. Leí hace semanas esta entrevista a su autora, Jessica Bruder, pero parece que la fecha de publicación se ha retrasado. Mientras, vi la película basada en el libro, con la extraordinaria Frances McDormand en el papel protagonista. La historia está sostenida sobre el fantástico sustrato de un fenómeno muy americano, un amargo reverso del tiempo globalizado: gente, sobre todo gente mayor, sin trabajo fijo ni hogar, que vaga de ciudad en ciudad y de estado en estado encadenando trabajos precarios y temporales, con una camioneta o su caravana por vivienda. Hay una línea de diálogo formidable, cuando el personaje principal matiza sobre el hecho de su estilo de vida:

I am not homeless… I am houseless.

No tener una casa, tener un hogar.

Unos días más tarde, para establecer un paralelismo deliberado, vi Sorry we missed you, la última de Ken Loach.

El mejor Loach en muchos, muchos años.

Es decir, en consecuencia, una formidable película.

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Miércoles

Salir de casa una mañana de lluvia, regresar transpirado por las prisas, temer el resbalón en el adoquinado traicionero de las veredas… Formas cotidianas del infierno.

La perspectiva varía radicalmente cuando vuelves. A través del ventanal sigue lloviendo, pero pones Nocturama, de Nick Cave, y suena He wants you.

Entonces ya eres otro. El día es otro.

Sólo las palabras. Y la música. La belleza de las formas.

Sólo esas cosas nos van a salvar.

[…]