Radio Valbaara

28 04 2020

El domingo uno debería haber estado viendo a Nick Cave en Barcelona. Y después en mayo, o tal vez en junio, pensábamos en Iggy Pop. Y John Fogerty. Es verdad que ya apenas hacíamos planes. Ni siquiera por el conocido gusto de, al final, incumplirlos. Ahora ni siquiera aspiramos a la evasión. En otros días solíamos excavar túneles en la tierra porosa de las madrugadas, pero eso ya quedó atrás como casi todo lo demás. Han volado las coordenadas y el horizonte ha tomado el aspecto de una habitación oscura que no podemos cartografiar. La peste nos ha arrastrado a estos días de análoga indiferencia. Han desaparecido de nuestros ojos los lugares y todos los tiempos son ninguno.

Todo esto también pasará.

Pero mientras…

Every day is like Sunday… Every day is silent and grey.

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Una línea de Pessoa

13 04 2020

«Todos los atajos de mi sueño dan a claros de angustia».

Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa.

La otra noche volví a soñar demasiado. Con demasiada intensidad. Con demasiada franqueza. Soñé demasiado, o supe que había soñado demasiado, por el nítido desasosiego con el que entré al día. Sobre todo, lo que soñé lo soñé demasiado cerca del instante decisivo de la vigilia: por eso al despertar recordaba con una claridad cruel la escenografía toda del sueño. No medió esta vez ese tramo incierto de descanso que me repara los desperfectos del subconsciente, que me pone a salvo de mí mismo; de ese lado ingobernable que habita en todos, agazapado en la entretela de realidades o de lo que creemos las realidades. El espectro que conforma nuestro yo más seguro. Un otro aterrador al que no podemos engañar con máscaras. Yo suelo escapar, olvido casi siempre todo lo que sueño. Pero esta vez no lo logré.

No podemos saber cuánto tiempo transcurre, si alguno, entre el fin del sueño y la conciencia. Pero yo salí de ese teatro monstruoso, la otra mañana, con todas las imágenes aún impresas en la retina; un relieve minucioso de cada detalle, del papel que yo jugaba, de la forma de mis actos y los movimientos que los habían determinado. Y, por encima de todo, de lo que me hicieron sentir. Es sobre todo esa parte, la parte última de las emociones que el sueño transfiere a la vigilia, lo que hiere los cuerpos. No los hechos, que pueden quedar en una representación informe, sin verdadero significado. No las personas, que en los sueños a menudo aparecen sin rostro o con rasgos irreconocibles, aun cuando tengan un nombre cierto. La incoherencia de los matices ayuda a olvidar. De los hechos uno puede desprenderse una vez despierto. Cruzas la penumbra decadente del dormitorio, hacia el pasillo por el que se ingresa en el desconcierto de la claridad, y quedan los hechos del sueño a tu espalda, como la noche ya derrotada, abandonados entre las sábanas con un desfallecimiento como de marioneta sin hilos. Vuelves la mirada y no. Nadie te persigue. La persona sin nombre no está. Puedes correr si quieres hacerlo. Gritar si lo necesitas. Y la hoja del cuchillo, aquel beso, la voz que ya no oyes, no están ahí. No existen. Eran un juego macabro de tu imaginación. El mismo juego.

Con las emociones no ocurre así. Las emociones te las traes de ese otro lado. Las emociones se filtran por las paredes y pasan de una dimensión a otra, para contagiar en el día el virus del desasosiego. Las emociones se incorporan del lecho y se mueven contigo. Dentro de ti. Alojadas en tu vientre como un vástago maldito. Desearías que fueran otra cosa, más ligera, menos perdurable. Que apenas danzasen un instante a tu alrededor, como ingrávidas centellas, en esos primeros minutos confusos, y después se fundieran con la luz de la mañana y desapareciesen de tu vista. Que las envolviese un aire limpio de fortaleza de espíritu al abrir las ventanas. Que fueran sólo un recuerdo desechable. Menos que eso: la memoria lejana de una sensación. Como las imágenes de otros tiempos que puedes convocar sin miedo, porque la distancia de los años ha desactivado su carga de nostalgia, la munición preferida del pasado. Pero las emociones adoptan formas cambiantes para seguir ahí. Coaguladas en la luz, se afilan y rasgan la cortina del día. Después se clavan en ti, parásito infame. Si advierten que intentas una conjura, que pretendes empujarlas al desagüe de la mañana, se espesan para envolver el estómago como una película viscosa, una bolsa siseante que bascula con cada movimiento.

Después, el día es un claro de angustia. Una línea repetida de Pessoa. Y hay que interrogar los libros y la música, construir mundos apartados en los que refugiarte. Al menos hasta alcanzar la noche, siempre liberadora y amenazante. Te pensabas a salvo de los sueños. Te sentiste inmune a los días insidiosos. Lejos del borde de aquellos abismos a los que hoy vuelves a asomarte. Al hacerlo, aún advertirás en su fondo la leve claridad monstruosa que tan bien conoces. Un minucioso catálogo de carcasas vacías de ti mismo. La piel mudada de los aprendizajes. Cuerpos pasados. Desfallecidos como una marioneta sin hilos cuyo rostro, a pesar del tiempo, aún se te parece demasiado.





Aquí estamos…

1 04 2020

Ahora creemos haber entendido que la felicidad era aquello. Los días. Cualquier día. La naturalidad de las cosas que ocurren por sí mismas, cuando nadie las mira. Cuando nadie nos mira. Nos ahoga ahora el espanto repentino de esta verdad: basta ensayar un mínimo desajuste en la maquinaria, variar el orden de los diálogos en la escena, adelantar una hora el reloj o mover un personaje de sitio, para que la secuencia nos arrebate toda la seguridad que pensábamos ganada. Para que todo adquiera otro significado y quedemos inermes frente al silencio, tantas veces anhelado, que ahora rebela con toda crudeza su consabida naturaleza opresiva. Es el ruido, como la furia y la sangre, lo que nos define. Es la repetición de las calles, y nuestros pasos por ellas, lo que nos protege. Sin la dosis adecuada de rutina -de la que siempre prometemos escapar- perdemos enseguida el equilibrio. Dejamos de poder dormir. Se altera la forma de las horas y las paredes angostan el espacio.

Sí. Miramos atrás y queremos convencernos de que aquello era felicidad sin anticipar que, un día, esto de ahora también lo será. Y ambas cosas pasarán por verdaderas como podrían resultar falsas. Donde hoy gobierna la atrocidad, quedarán las huellas de quien sobreviva, intactas bajo el profundo aguijón de dolor, de incomprensión, de dignidad asaltada que no se apacigua. Por encima de la fatalidad, del escándalo ahogado de la muerte invisible, prevalecerá lo que cada día hicimos para salvarnos: los juegos, los abrazos, las generosas falsedades sobre las que sostuvimos la vida, el teatro en los espejos, las fiestas con amigos invisibles, los globos que hinchamos para que jugaras, los partidos que dividen los días y las habitaciones conquistadas por el ruido, donde antes, cada mañana, nos envolvíamos en silencio. Hasta las noches más ominosas las llenaremos de luz, porque nos diremos que peleamos. Y hasta los abandonos y lás pérdidas y lo irreparable, todo, lo habremos conquistado para nuestra causa.

Seremos inefablemente mejores. Seremos otros. Porque nos pensamos impecables en la construcción de la felicidad retrospectiva, y en la certeza de un futuro dichoso. Todo en el fondo tuvo una falsa hermosura. Todo en la forma ocultaba apenas las mentiras. No temo a este aislamiento ni a los adioses. Se me dan bien las ceremonias de interior. Temo más lo que venga después. Ahora anhelo el final, pero anticipo ya las trampas que entonces me tenderá la melancolía. Y querré volver. De algún modo incomprensible, me parecerá que quiero volver. Igual que ansío regresar a los veranos. Cuando todo esto haya pasado.

Get busy living… or get busy dying.

Y mientras tanto, aquí estamos. Rodeados de arena.

Si el hombre no es una isla
Entonces yo no soy un hombre
Estoy perdido en un océano
Rodeado de arena

Mira lo que has logrado
Has ido demasiado lejos
No te lo podías imaginar
Pero aquí estamos

Aquí estamos, con nosotros mismos
Aquí estamos, con nuestros amigos
Otra vez, aquí estamos

Hay un aroma en el aire
Y ese brillo del cielo
Que susurra con dulzura
Y se abate con maldad

Hundirnos juntos
Despertarnos separados
No te lo vas a creer
Pero aquí estamos

Aquí estamos, con nosotros mismos
Aquí estamos, con nuestros amigos
Otra vez, aquí estamos

Una vez fui un vagabundo
Ahora estoy solo, sin más
Raramente sobrio, pero aun así
Seco como un hueso

¿Por qué pasaste de mí?
En mi puerta no queda sangre
Salvo la que tú dejaste
Así que aquí estamos

[Here We Are, de The Cynics].