La mirada de James

2 10 2011

No será necesario expresar lo que ya ha quedado dicho a lo largo de todas las entradas dedicadas de antemano al concierto del sábado. Fue culpa de Mr. T, que me retó a propósito de mi cobertura del Mundial de rugby: «A ver si haces una crónica del concierto de James ANTES del concierto». Hice un relato, más apasionado que meritorio, más agradecido que riguroso, tal vez, a medias musical y personal. Darle forma, torpemente, al modo en el que una banda de música se cruza en tu vida y la cambia, de algún modo, para siempre. Y te acompaña. Es algo más que la música; es mucho más que las canciones. Tal vez sea que James me han ayudado a expresarme y a explicarme a mí mismo en muchos momentos a lo largo del tiempo, desde que los encontré en una cinta que, ahora, no encuentro… De ahí el enorme significado que yo, un tipo demasiado sensible, le he atribuido a su aparición en Zaragoza. Diría su venida en carne mortal a Zaragoza, porque tuvo algo de celestial y, ya sobre el escenario, de gloriosa jaculatoria, con canciones que han sonado muchas mañanas y tardes en mi cabeza. Y además, porque los iba a ver con el amigo que los puso delante de mí. Hay gente que recuerda quién le presentó a la que luego sería su esposa: yo tengo esta rareza de acordarme en qué cine he visto todas las películas de mi vida y de agradecer eternamente a quien me descubre un grupo que varía mi percepción de la existencia. Éste era el caso. ¿Un juicio del concierto? Y para qué… Fue todo demasiado emocional como para hacerle una crítica. Creo, además, que su nivel es tan sobresaliente, el repertorio tan completo, la presentación tan variada y la ejecución de las canciones tan enérgica que no caben demasiadas consideraciones. Salvo, desde luego, las personales de cada uno (por qué no tocaron ésta o aquella canción, y en este paréntesis caben muchísimos temas según preferencias), lo que no deja de ser un juicio tan emocional y subjetivo como el mío. La única extrañeza, y esa la compartiremos todos, fue que no tocaran Sometimes entre Sit Down y Laid, los tres temas que son tradición en el cierre de cada concierto de James. Así que aquéllos que se sientan ridículos como yo, que haya sentido el aliento de la tristeza o el tacto de la locura; aquéllos que, menos dramáticamente, compartan la relativa orfandad de no haber oído la hermosa canción que yo descubrí cuando quería que se me llevara una tormenta por el desagüe, todos esos… sit down next to me y escuchen esta vieja versión de un tema adorable. Y fijen sus ojos en los ojos de Tim Booth, un tipo con una mirada que, verdaderamente, parece tocarte el alma.

Ha pasado un día y ahí seguimos. Y seguiremos. James lasts…





James, 1993

30 09 2011

Ya hablé de Johnny Yen, una canción incluida en el álbum Stutter, en 1986. Pero ahora hablaré de Johnny Yen, canción incluida en una cinta de cassette que Pab editó para mí  algún día del año 1993. Pudo ser 1992 o hasta 1991. En esos tres años, los de mi ingreso definitivo en el mundo real (una primera nómina de 55.000 pesetas en un cheque cobrado en el viejo Banco Central),  todo ocurría a mucha velocidad, pero viajábamos subidos en la ola como sólo se puede hacer cuando uno tiene poco más de 20 años y el bolsillo hinchado y nada que pagar salvo la diversión, los deseos y el puro presente. Entre toda aquella bendita fanfarria puedo recordar la cinta en el walkman, y a mí mismo escuchándola en la parada del autobús que me llevaba a trabajar desde mi piso de joven profesional independizado, que llamaba a sus padres desde una cabina telefónica debajo de casa, como si viviera en alguna otra ciudad. Recuerdo el collage con el que estaba decorada la carátula de la compilación y sé que aún la tengo en una montaña de cintas, bajo alguna mesa, en mi casa familiar. Era, la de la tapa, una imagen como en negativo, a la manera de lo que haría luego Calamaro en El Salmón. Y sobre todo hay mucha nitidez en la impresión que me causó Johnny Yen y la voz de Tim Booth, que no conocía pero quería asociar a Bono como otros la asociaban, y aún lo hacen, a Morrissey. Ahora ya me es imposible, tengo tan asimilados los timbres, las inflexiones, el tono, el modo de cantar, que me resulta imposible identificar similitudes en esa voz. En aquel momento tan hirviente de mi vida se cruzaron las trayectorias del muchacho que era yo y la banda que son ellos. Mis años de anglofilia desatada, de vacaciones inglesas, de partidos de fútbol sala jugados a pelotazos británicos, de mucha Premier League y mucho Man United contra el Liverpool, y muchas juergas y mucha música. Y por supuesto, de rugby, al que acababa de asomarme en los años anteriores. Ese mismo año, James editarían en octubre el mejor álbum de su carrera, Laid, que yo descubriría algo más tarde, en un piso de Maida Vale, al norte de Londres, entre pintas de real ale, tequilas en un bar latino de High Street Kensington, inexplicables conflictos por una camisa de marca que desaparecía en los taxis… y mañanas de té con leche y desayuno inglés. Greasy spoon, como le llamábamos nosotros. Había vuelto a Londres un año después de vivir allí y regresar con algunas derrotas bajo el brazo y otras por venir, pero con el triunfo incomprensible de haber alcanzado cierta culminación personal en medio de lo más próximo que estuve jamás a la pobreza económica. No podía comprarme siquiera un cedé o un libro, pero era jodidamente feliz. Raro, pero cierto. Era 1996 y en aquella vuelta a Londres la ciudad me aprisionaba con recuerdos imposibles de conciliar. Caminar por algunas calles era un ejercicio doloroso que tardaría en conjurar. Y entonces, Mr. T. aparecio una tarde con Laid en casa del señor Ryan, lo puso a girar en el aparato, sonó Sometimes… y me quedé agarrado al guitarreo inicial. Y a esa frase suicida, desafiante contra la fatalidad, una declaración de fuerza contra lo implacable. Una línea de la que sujetarse cuando la inundación quiere arrastrarte hasta las alcantarillas: «On a flat roof, there’s a boy / leaning against a wall of rain… / aerial held high / calling: Come on thunder!!! Come on, thunder!!!». Ya nunca he podido soltarme.

Falta poco más, muy poco más de un día…





James

21 07 2011

¿Usted sabe lo que es la felicidad? Yo se lo voy a explicar a la manera de un párvulo babeante en una redacción de escuela.

James… Aquel día en que el señor T. puso a girar Laid en el reproductor del piso de Mr. Scrapiron, una mañana de verano en el barrio londinense de Maida Vale, y descubrí la canción (Sometimes) que rebautizamos como «tres minutos de felicidad», y que hice sonar un buen número de veces en momentos íntimos en los que yo perpetraba algunas venganzas menores de la carne, con el imposible anhelo de conjurar los hechos consumados… La banda sonora de mis días oscuros en un departamento con demasiadas habitaciones y cajones vacíos en la calle Fita. La voz y la música de los momentos en que volví a sentirme vivo. Wiplash en la habitación del fondo, cuando T. pasó unos días en casa antes de tomar la decisiva resolución de volver a su país o quedarse para siempre donde ahora sigue. La alegría de descubrir todos los discos anteriores y el incontestable júbilo de cada nuevo disco en el anaquel de la tienda. La añoranza de su separación, subrayada en una memorable gira de conciertos culminada en el Manchester Evening News Arena de su ciudad. Ese disco solitario de Tim Booth (Bone), en el que buscamos lo que no había, la estatura del combinado. Y el éxtasis del regreso, las dos veces en que los he visto desde entonces. Booth con muletas en La Riviera de Madrid, sin poder hacer su baile del oso descoyuntado. Y subido al respaldo de las butacas del teatro haciendo el grito de guerra indio en Born of Frustration, dejando a la gente que imitara su danza enloquecida. Fue en diciembre pasado en el Hammersmith Apollo de Londres… Siempre atento a subrayar que James es una banda que existe por y para la gente.

James vienen a tocar a Zaragoza, en octubre.
Dios existe (aunque Booth no lo crea) y programa en el FIZ.