Los libros (XIII)

23 04 2024

Mister Witt en el cantón – Ramón J. Sender

«A mister Witt le cansaba un poco la civilización, como a todo inglés culto».

Hace muchos años, en edad aún escolar, alguien me dio a leer Tupac Amaru, la novela de Sender sobre el levantamiento del caudillo indígena peruano contra los dominadores españoles. No recuerdo los detalles -esta misma tarde volví a tenerla en la mano-, pero el tiempo no ha deteriorado la impresión viva de una narración estupenda, de ritmo y acción contagiosos. Desde entonces me quedó un afecto admirado por Ramón J. Sender, a quien no volví a leer en años. Ahora lo hago con frecuencia. Este Míster Witt en el cantón justifica la revisión de un autor necesario. Sender narra otro episodio de revuelta -la descarnada rebelión en Cartagena de los federalistas intransigentes contra la República, en el verano de 1873- como fondo para un relato de orden íntimo: las vacilaciones psicológicas del ingeniero británico George Witt, matrimoniado con Milagritos, una española henchida de pasiones más o menos confesables, más o menos equívocas. Sender trenza con habilidad su humanismo social con la crónica de la guerra entre las fuerzas del gobierno central y las escuadras cantonalistas. Por momentos triunfa la delicada construcción literaria y en otros flamea el vigor rabioso de la noticia periodística. Ahí asoman las dos vertientes de la escritura de Sender. El foco se mueve con precisión para fijarse en el cuestionado heroísmo de los caudillos rebeldes, la ambigüedad de las adhesiones y el abatimiento de los inocentes, sometidos a la crueldad de un cañoneo incesante. En este poderoso episodio nacional, Sender captura el habla de los locales y el lenguaje popular, las coplas sardónicas de la calle y las soflamas del fuego; el arrebato a vida o muerte de las batallas navales frente a la costa; la convulsión latente en un país perturbado por dos guerras civiles simultáneas; y el reflejo de todas esas fuerzas en la creciente agitación de un míster Witt cuyo rigor intelectual y moral se desmorona, como la muralla de Cartagena bajo el fuego ávido de las fragatas. Considerada la primera obra maestra del autor aragonés, impresiona saber que Sender la escribió en 23 días, con el fin de presentarla al Premio Nacional de Literatura de 1935. Lo ganó. (Agrego un apunte personal: me encantan las ediciones de Contraseña… Y en particular esta ilustración de cubierta, obra de un Alberto Gamón cuyo trabajo siempre he saboreado con gusto desde nuestro encuentro en las redacciones hace años).


El Domingo de las Madres – Graham Swift

«¿Puede un espejo conservar una impronta en él? ¿Puede uno mirarse en un espejo y ver a alguien distinto? ¿Puede uno atravesar un espejo y ser otra persona? El reloj de pie dio las dos. Ella no sabía que él ya estaba muerto«.

Acostumbro a insistir con varias obras de los autores recién descubiertos y por eso vuelve aquí tan pronto Graham Swift, reseñado en la anterior entrada con Mañana. En esta ocasión, con un relato de nuevo ligero de forma y extensión, aunque con más acierto a la hora de dotarlo de una relativa profundidad intimista. Jane, criada huérfana al servicio de una familia de la alta burguesía inglesa, celebra el llamado Domingo de las Madres de 1924: una jornada festiva concedida por los de arriba a los de abajo, con el fin de que puedan visitar a sus familiares. Como no tiene un hogar al que regresar, lo hace a su manera: aprovecha la ausencia de los señores para un ardiente encuentro en la mansión familiar de su amante, mientras los padres de éste y su prometida preparan la inminente boda en un almuerzo en la campiña. Esos ingredientes habrían servido a Swift para armar una narración de liviana frivolidad, un enredo humorístico o un drama de pasiones. Sin embargo, el autor prefiere anclar su relato en un punto de vista menos previsible: pasados los años, Jane aparece convertida en autora literaria de éxito y desde esa posición de anciana venerada rememora el episodio de juventud. Esa voz recrea la sensualidad de una mañana de primavera que modificó para siempre su vida y la envuelve en reflexiones sobre el arte de la creación, la literatura, las jerarquías sociales y el desgobierno de las pasiones mundanas. Contra la corriente general -o al menos muy extendida, visto el éxito de este tipo de ficciones en el audiovisual- no soy muy afecto a las atmósferas de atildadas familias aristocráticas y las menudencias de sus country houses; ese aire de falso rigor moral y social de los ingleses stiff upper lip me aburre bastante, con sus formalidades de salón, las monterías y la pátina de distinción de su clasismo. Al margen de esa mera preferencia personal, tampoco me alcanza Swift para equipararlo a sus colegas de generación (Martin Amis, Julian Barnes, Ian McEwan…). No levanta ideas ni páginas memorables (ignoro si lo pretende), pero su delicado estilo y la fluidez del trazo permiten leerlo con distendido agrado.


La mitad evanescente – Brit Bennett

«Un pueblo que, como cualquier otro, era más una idea que un lugar».

Brit Bennett escribe un arranque de novela generoso de promesas y después no cumple ninguna de ellas. El regreso de una de las gemelas Vignes a Mallard, pueblo sureño del cual desaparecieron ambas a los 16 años, abre paso a una sugerente narración en retrospectiva, preñada de interrogantes. Pertenecientes a una familia de raza negra, aunque de piel clara (singularidad propia del lugar y fuente de equívocos y conflictos de orden íntimo y social), Desiree y Stella presenciaron de niñas el asesinato de su padre a manos de un grupo de convecinos blancos. Durante toda la infancia y adolescencia, cada una de ellas compone no una réplica física, sino una mitad cierta de la otra. Pero sus vidas al unísono se bifurcan en algún punto de esos años entre la desaparición de las dos y el regreso de Desiree a casa… a donde llega huyendo de la violencia de su marido y acompañada de su hija, mucho más oscura de piel. Bennett traza a partir de ahí una historia de búsqueda de la identidad, de autoafirmación frente a las hostilidades, de desarraigo y búsqueda, tensión racial y denuncias de alcance social. Pero el interés decae a partir del momento más halagüeño: el reencuentro entre Desiree y un amor de adolescencia, quien ahora se gana la vida como hábil cazarrecompensas, encontrando a personas perdidas o huidas. Como, por ejemplo, la propia Desiree. Justo cuando uno anticipa la amenaza de conflictos de difícil resolución, el relato abandona esa vía y se desinfla en convencionalismos. Sus intrigantes personajes acaban siendo lugares comunes. Nos importa poco entenderlos y a menudo resultan fastidiosos, cada uno a su manera. La narración progresa bajo el hábil timón de la autora, con buen ritmo y apreciable prosa; pero carente de vibración, sin comprometer una sola línea pese a la teórica estatura moral de los debates y posturas subyacentes. A partir de cierto momento el libro parece concebido sólo para alimentar el guion de una serie de éxito. El aplauso general vuelve a dejarnos la extrañeza de pensar si nos estaremos perdiendo algo de importancia mayor por no ver Netflix. Gana la impresión de haber leído en realidad una novela evanescente, de involuntaria coherencia con su título.


Y eso fue lo que pasó – Natalia Ginzburg

«Le pegué un tiro entre los ojos».

En las primeras líneas de esta novela suena un disparo. Y después, el eco de la detonación envuelve todo el relato de la protagonista, memoria de los años de relación con su marido hasta llegar a la conversación definitiva. Para armar una estructura de semejante riesgo hace falta estar muy seguro de todo lo que se quiere decir. Y de cómo se va a decir. Pero Natalia Ginzburg empuja el gatillo con la misma determinación de su personaje. Escribe con idéntica convicción entristecida, diríamos. La serenidad de la pesadumbre, la gravedad de lo inevitable, le ofrecen al dedo y al relato el peso necesario para una acción sin retorno, de callada desesperación y seca violencia. En poco más de cien páginas, la autora italiana condensa una historia de insondable desengaño. La desesperación inconcreta y culpable del amor frente a un marido apático, de ambigüedad tramposa y taimado maltrato psicológico. La lucha por una dignidad íntima e irrenunciable. No hay un solo rasgo de artificio en el modo de contarlo. Ningún exceso de dramatismo, ni alardes innecesarios. Todo parece hecho a medida, cada palabra resulta imprescindible, como los términos de una operación matemática. El propio título anticipa la adusta severidad de una confesión, ceñida a lo esencial para no entorpecer la desnuda verdad de los hechos. Un libro con el macabro aroma dulzón de un disparo. Terrible y hermoso, se lee pronto y se olvida nunca.


Abril 2024

(Para ver el diario completo de lecturas, aquí).


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