Si no escribí ayer de la muerte del Lobo fue porque andaba apurando los agotadores ensayos de mi primera actuación en público a la batería, y me bullían en la cabeza corcheas de manos cruzadas con negras de pies. Un puré que a duras penas logré ordenar a la hora de subir al escenario. Parafraseando aquel chiste de Eugenio sobre el juego del poker: me encanta tocar mal la batería. ¿Y tocarla bien? Bueno, tocarla bien debe de ser la hostia… Así que andaba emulando con torpeza a Doug Cosmo Clifford, el baterista de Creedence Clearwater Revival, y peleándome con ocho compases del Time Is Running Out de Muse, cuando el Pele me dio noticia del fallecimiento de Diarte. Durante estos últimos días me han impresionado algunos episodios diversos. A saber… el violento descenso de River Plate, que me hizo acordarme de una fría tarde en el Monumental de Núñez en que los Borrachos del Tablón (la barra brava de River ahora acusada de amenazar de muerte al árbitro de su último encuentro), le cantaban a Nueva Chicago, que iba camino de bajar, este tema: «De la mano de Giunta / se van a la B / De la mano de Giunta / se van a la B / Para nunca… para nunca más volveeeeer…». Giunta, entonces técnico de Chicago, era el objeto de su chanza por su pasado en Boca. Hoy River está en la B, nada menos que con Passarella de presidente. En un orden muy distinto (o no), quedé asombrado por el discurso tabernario y pendenciero de Belloch a la hora de valorar la elección de San Sebastián como Capital Europea de la Cultura 2016. Su pestilente razonamiento de perdedor etílico y tramposo en una taberna del oeste, cuando a la vista de su derrota voltea la mesa y saca los revólveres acusándo de trilero al de enfrente, me dio ganas de gritarle aquélla de Amanece que no es poco: «¡Viva el Munícipe por antonomasiaaaa!». Como el personaje de Cuerda que hacía Rafael Alonso, por lo visto en Zaragoza todos somos contingentes, pero Belloch es necesario. O al menos eso han pensado los muchachotes enrocados en el ménage-à-trois consistorial para mantenerlo de aquello para lo que la ciudad ya lo había rechazado: de alcalde. Hablando de hombres desastrados, se murió Peter Colombo Falk… y nos quedan Los Misterios de Laura y Chávez resistiéndose al cáncer bolivariano de la mano de Fidel. Confirmación doble de mi teoría de la involución. Pero es la muerte del Lobo Diarte la que me cruzó el ánimo de forma más rotunda. Carlos Diarte, el paraguayo al que la memoria siempre ha identificado como el primer ídolo que tuve en el fútbol zaragocista. Creo haber dicho ya que apenas recuerdo a Arrúa, proclamado seguramente el mejor futbolista del club en todos los tiempos. Guardo imágenes desleídas del Nino, más tocadas de leyenda que de recuerdos. Con el Lobo me ocurre lo contrario: después de tantos años aún perdura en mí su corte alargado de una pieza, consistente, imborrable. El tranco de caballo al galope con el que entraba en el área, esa forma de correr en la que cada zancada parecía el paso de una valla. Con el tiempo he pensado que en aquellos días yo sólo veía a Diarte, que me tapaba a todos los demás incluido al soberano Arrúa. A tal punto que su marcha me dolió de una forma rabiosa, y me enfermaba verlo vestido con la camiseta del Valencia y también con la del Betis. Esa historia de los 60 millones de pesetas que pagaron por el «formidable delantero centro paraguayo» está entre otras muchas en la semblanza que hoy le dedicó Pedro Luis Ferrer en el AS al Lobo Diarte. Un largo adiós para el Largo, como lo apodaban en su casa. Un perfil recortado contra el tiempo, sólo al alcance del periodista que podría pasar el resto de sus días relatando de un tirón -con caracterización precisa, anecdótica, fáctica y legendaria- la historia del Real Zaragoza y sus personajes. Así…
El cáncer se lleva al Lobo Diarte con 57 años
El zaragocismo llora la muerte del formidable delantero centro paraguayo
Carlos ‘Lobo’ Diarte falleció ayer, a los 57 años, en Valencia víctima de un cáncer que le venía devorando desde hace once meses. Se marcha probablemente el delantero centro más completo de la historia del Zaragoza, un ‘9’ que marcó una época enLa Romaredajunto a Nino Arrúa.Pedro Luis Ferrer
El cáncer que lo consumía desde hace once meses se llevó ayer a Carlos Diarte, gloria del Real Zaragoza y figura estelar, junto al excepcional Nino Arrúa, del mítico equipo de los Zaraguayos. El Lobo tenía sólo 57 años y luchaba a brazo partido contra la muerte en el hospital Doctor Peset de Valencia: “Soy un guerrero guaraní. El Lobo nunca se rinde”, no se cansaba de repetir en los últimos días. Al final la enfermedad pudo con él, pero el fútbol lo hará eterno. Diarte, el Lobo Diarte, fue un delantero centro completísimo: valiente, veloz y goleador, con una zancada larga y sostenida, dotado de una buena técnica y con un portentoso golpeo de balón con las dos piernas. En el Zaragoza cantó 39 goles en 87 partidos oficiales, logró un subcampeonato de Liga (1974-75) y otro de Copa (1976), y fue un gran ídolo.
Carlos Diarte Martínez nació en Asunción (Paraguay) el 26 de enero de 1954. Fue el último de ocho hermanos de un matrimonio que se divorció cuando el Largo o el Lobo —apelativo que le puso su compañero en el Olimpia Mario Rivarola— tenía sólo dos años de edad. Con 16 debutaría con el Olimpia de Asunción en la primera división paraguaya. Un año después, en 1971, lo haría con la selección absoluta de Paraguay en Maracaná y frente al Brasil de Pelé, Rivelinho, Jairzinho y Tostao. Diarte fue internacional con la albirroja en 18 partidos, además de otros 27 como juvenil.
Su fichaje por el Real Zaragoza se empezó a gestar en julio de 1973 cuando el gran Avelino Chaves acudió a Asunción para cerrar la contratación de Saturnino Arrúa. Éste lo recomendó insistentemente y el secretario técnico del Zaragoza, tras verlo jugar en un partido con su selección, lo dejó atado con una opción de compra válida para tres meses. Todo quedó a expensas de que el Lobo consiguiese la documentación de oriundo, ya que el Zaragoza tenía cubiertas las dos plazas de extranjero con el propio Arrúa y el uruguayo Cacho Blanco. Cinco meses después y ante el declinar de Felipe Ocampos en el eje de la delantera, Chaves regresó el 12 de diciembre de1973 aParaguay para concretarla Operación Diarte, pese a que la opción ya había caducado. Diarte firmó por tres años y medio y el Zaragoza abonó al Olimpia 5.796.000 pesetas (unos 35.000 euros), a la espera, eso sí, de quela Federación Españolavalidara su condición de oriundo, circunstancia que se consiguió en un mes, después de que en Asunción se le falsificara su partida de nacimiento. Aquí llegó como Carlos Martínez Diarte y como hijo de un emigrante bilbaíno en Paraguay.
A Zaragoza llegó el 9 de enero de 1974, todavía con 19 años, para completar el célebre equipo de los Zaraguayos, junto a grandes compañeros como Violeta, González, Blanco, Planas, García Castany, Ocampos, Arrúa… Su llegada a la ciudad fue todo un acontecimiento. Se presentó con su larga cabellera negra, un traje color mostaza, camisa negra y zapatos rojizos. “Lo que más me gusta es entrar en el área con el balón controlado y definir contra el portero. Pese a mi altura, no hago muchos goles de cabeza”, anunció en sus primeras declaraciones.
Carriega lo hizo debutar el 17 de febrero de 1974 en Castalia (Castellón-Zaragoza, 2-1). Diarte estuvo bullidor y valiente, pero le faltó acierto en sus tres remates. El grifo de sus goles en el Zaragoza lo abrió una semana después frente al Granada, con una jugada de bandera que todavía recuerdan los aficionados veteranos deLa Romareday que condensó toda su categoría. A los 18 minutos, recibió un pase en profundidad de Arrúa y, tras una portentosa cabalgada desde el centro del campo y un regate en seco a su compatriota Fernández, que venía empujándole, batió a Izcoa de un formidable zurdazo sin ángulo en la portería del gol de Jerusalén.
Luego vendrían 38 dianas más, algunas tan famosos como el gol 1.000 del Real Zaragoza en Primera División, el 20 de abril de 1975, frente al Elche enLa Romareda(3-3). A los veinte segundos de la segunda parte, Rubial avanzó por la banda izquierda, pasó a Arrúa, quien, ya dentro del área, envió de cuchara a Diarte, que avanzó unos pasos con el balón y de remate raso lo introdujo en las mallas.
Pero sus mejores goles y su mejor partido se condensaron el 4 de enero de 1976 frente al Barcelona, en un espectacular 4-4 que dio la vuelta al mundo. Diarte, con tres goles, le trató aquella tarde de tú al mismísimo Cruyff. Fue la mayor exhibición del Lobo, que se despediría del Zaragoza seis meses después en la fatídica final de Copa frente al Atlético de Madrid, la del robo de Segrelles. El 27 de junio de 1976 se hacía oficial su traspaso al Valencia por 60 millones de pesetas (360.000 euros), una cifra récord entre clubes españoles.
Sólo muere quien cae en el olvido. Y los que vieron jugar a Diarte no lo olvidarán nunca. Descanse en paz el Lobo, probablemente el mejor delantero centro de la historia del Real Zaragoza.
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