Domingo
«Corremos el peligro de convertirnos en una ‘check-point society’, una sociedad de controles en la que cualquiera, de un jefe a un portero, te puede pedir los papeles y negarte el acceso», advierte Silkie Carlo, directora de Big Brother Watch. «Nuestro objetivo era salir del confinamiento seguros, saludables y libres, pero no para aterrizar de pronto en este mundo de ‘libertad’ a través de la exclusión. La tendencia al autoritarismo no ha hecho más que acentuarse con el Covid (…). Primero nos dijeron: quedaos temporalmente en casa y seréis libres», recuerda Carlo. «Después nos dijeron: vacunaos y seréis libres. Y ahora: tened un pasaporte Covid y seréis libres. ¿Y después, qué? Lo asombroso es cómo los países europeos estamos renunciando a nuestros valores e imitando una tras otra las medidas draconianas de China, que es la pesadilla distópica de la sociedad de la vigilancia y de violación de los derechos humanos».
Leído en El Mundo
***
«Es de especial interés el caso de John Ioannidis, el primer experto en falsa ciencia y uno de los autores más citados en Salud Pública. A principios de la pandemia escribió un artículo en Stat (una web especializada en noticias de salud), donde alertaba sobre la posibilidad de que la política de confinamientos no estuviera basada en los datos y la evidencia. La reacción no se limitó a las redes: muchos de sus colegas le reprocharon con formas solemnes lo que uno de ellos acertó a poner por escrito: «Pide datos de calidad, mientras se llenan los ataúdes». Y la discusión acabó, a modo de una actualización de la versión popular de ley de Godwin, cuando se adosó a sus razonamientos la infecciosa palabra ‘trumpismo’. Esta es la esencia misma de la cancelación y la peor de sus consecuencias: que tus contribuciones a la discusión cultural sean despreciadas por tus opiniones políticas reales o atribuidas».
La razón confinada, de Arcadi Espada
***
Viernes
«El temor de causar perjuicio a la comunidad (…), así como las ingentes pérdidas que, en caso de pánico o descrédito, amenazaban a los hoteles, tiendas y a toda la compleja maquinaria del turismo, demostraron ser, en la ciudad, más fuertes que el amor a la verdad y el respeto a los convenios internacionales, e indujeron a las autoridades a mantener obstinadamente su política de encubrimientos y desmentidas. El director del servicio de sanidad de Venecia, un hombre de grandes méritos, había dimitido de su cargo, indignado, y fue sustituido por una personalidad más acomodaticia. El pueblo lo sabía; y la corrupción de la cúspide, unida a la inseguridad imperante y al estado de excepción en que la ronda de la muerte iba sumiendo a la ciudad, produjo cierto relajamiento moral entre las clases bajas, una reactivación de instintos oscuros y antisociales, que se tradujeron en intemperancia, deshonestidad y un aumento de la delincuencia».
La muerte en Venecia, de Thomas Mann
***
Martes
“Muchos de esos espíritus errantes intentaban escapar de las garras de una paradoja económica: la colisión entre unos alquileres en alza y unos salarios estancados, el choque de una fuerza irrefrenable contra un objeto inmóvil. Se sentían acorralados, sin salida, al ver que apenas ganaban lo suficiente para cubrir el coste del alquiler o los plazos de una hipoteca después de trabajar jornadas agotadoras en empleos sin aliciente que consumían todo su tiempo, sin ninguna perspectiva de mejora a largo plazo ni la esperanza de llegar a jubilarse algún día”.
País nómada, de Jessica Bruder
***
Domingo
«En grandes números, nos hemos vuelto prácticos y presentes. Las tácticas de los juegos políticos, que antaño nos fascinaron, resultan ahora una irritante pérdida de tiempo y energía. Hemos aprendido a economizar nuestras emociones y a hacer ejercicio de forma más o menos rutinaria: es que, pasear, se volvió un lujo. Supimos, a veces de forma inconsciente, que en la salud física nos iba también la salud mental. Abandonamos la confianza en soluciones mágicas porque vimos que una tras otra se demostraban fallidas. Aprendimos, en toda su dimensión, el insustituible valor de la responsabilidad individual y de la compañía de los demás.
Me atrevería a decir que hemos aprendido a vivir con la incertidumbre y a saber esperar lo mejor cuando poco a poco vemos llegar lo bueno. Que lo inconcebible nos ha proporcionado una cierta resistencia a la polarización que trata de abrirse paso de arriba a abajo y el miedo inicial a la locura, que parecía a punto de desatarse, se diluye en una respuesta suficientemente tozuda de indiferencia y silencio.
Creo que somos desconocidos para gran parte de nuestras élites: como si no hubieran vivido con nosotros mientras todo nos sucedía y sigue sucediendo. Puede que seamos unos desconocidos para nosotros mismos.
Quizás, para reencontrarnos, deberían preguntarnos qué nos asusta antes de seguir pretendiendo asustarnos».
Desconocidos, de Elena Alfaro
***
Sábado
«Las democracias y las libertades que en ellas se ejercen no desaparecen de golpe, sino a través de un deslizamiento gradual hacia el autoritarismo. Si algo sirve de superficie jabonosa para eso es justamente la palabra y la capacidad de proyectarla. (…) Las palabras segregan. Preparan el barrial y activan la lógica de los bandos: el facha y el rojo, el revolucionario y el contrarrevolucionario. Las palabras convierten la convivencia en combate y nos entrenan para una batalla que irá librándose en el tiempo. No hay espacio de la vida al que no lleguen. Actúan como una fuerza de ocupación. No todo el mundo puede usar un revólver, pero sí las palabras. Por eso la primera muerte comienza en el lenguaje».
Nuevas formas de extinción de la democracia, de Karina Sainz Borgo
[…]
Comentarios recientes