Diario no diario (XIII)

15 05 2021

Domingo

«Corremos el peligro de convertirnos en una ‘check-point society’, una sociedad de controles en la que cualquiera, de un jefe a un portero, te puede pedir los papeles y negarte el acceso», advierte Silkie Carlo, directora de Big Brother Watch. «Nuestro objetivo era salir del confinamiento seguros, saludables y libres, pero no para aterrizar de pronto en este mundo de ‘libertad’ a través de la exclusión. La tendencia al autoritarismo no ha hecho más que acentuarse con el Covid (…). Primero nos dijeron: quedaos temporalmente en casa y seréis libres», recuerda Carlo. «Después nos dijeron: vacunaos y seréis libres. Y ahora: tened un pasaporte Covid y seréis libres. ¿Y después, qué? Lo asombroso es cómo los países europeos estamos renunciando a nuestros valores e imitando una tras otra las medidas draconianas de China, que es la pesadilla distópica de la sociedad de la vigilancia y de violación de los derechos humanos».

Leído en El Mundo

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«Es de especial interés el caso de John Ioannidis, el primer experto en falsa ciencia y uno de los autores más citados en Salud Pública. A principios de la pandemia escribió un artículo en Stat (una web especializada en noticias de salud), donde alertaba sobre la posibilidad de que la política de confinamientos no estuviera basada en los datos y la evidencia. La reacción no se limitó a las redes: muchos de sus colegas le reprocharon con formas solemnes lo que uno de ellos acertó a poner por escrito: «Pide datos de calidad, mientras se llenan los ataúdes». Y la discusión acabó, a modo de una actualización de la versión popular de ley de Godwin, cuando se adosó a sus razonamientos la infecciosa palabra ‘trumpismo’. Esta es la esencia misma de la cancelación y la peor de sus consecuencias: que tus contribuciones a la discusión cultural sean despreciadas por tus opiniones políticas reales o atribuidas».

La razón confinada, de Arcadi Espada

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Viernes

«El temor de causar perjuicio a la comunidad (…), así como las ingentes pérdidas que, en caso de pánico o descrédito, amenazaban a los hoteles, tiendas y a toda la compleja maquinaria del turismo, demostraron ser, en la ciudad, más fuertes que el amor a la verdad y el respeto a los convenios internacionales, e indujeron a las autoridades a mantener obstinadamente su política de encubrimientos y desmentidas. El director del servicio de sanidad de Venecia, un hombre de grandes méritos, había dimitido de su cargo, indignado, y fue sustituido por una personalidad más acomodaticia. El pueblo lo sabía; y la corrupción de la cúspide, unida a la inseguridad imperante y al estado de excepción en que la ronda de la muerte iba sumiendo a la ciudad, produjo cierto relajamiento moral entre las clases bajas, una reactivación de instintos oscuros y antisociales, que se tradujeron en intemperancia, deshonestidad y un aumento de la delincuencia».

La muerte en Venecia, de Thomas Mann

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Martes

“Muchos de esos espíritus errantes intentaban escapar de las garras de una paradoja económica: la colisión entre unos alquileres en alza y unos salarios estancados, el choque de una fuerza irrefrenable contra un objeto inmóvil. Se sentían acorralados, sin salida, al ver que apenas ganaban lo suficiente para cubrir el coste del alquiler o los plazos de una hipoteca después de trabajar jornadas agotadoras en empleos sin aliciente que consumían todo su tiempo, sin ninguna perspectiva de mejora a largo plazo ni la esperanza de llegar a jubilarse algún día”.

País nómada, de Jessica Bruder

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Domingo

«En grandes números, nos hemos vuelto prácticos y presentes. Las tácticas de los juegos políticos, que antaño nos fascinaron, resultan ahora una irritante pérdida de tiempo y energía. Hemos aprendido a economizar nuestras emociones y a hacer ejercicio de forma más o menos rutinaria: es que, pasear, se volvió un lujo. Supimos, a veces de forma inconsciente, que en la salud física nos iba también la salud mental. Abandonamos la confianza en soluciones mágicas porque vimos que una tras otra se demostraban fallidas. Aprendimos, en toda su dimensión, el insustituible valor de la responsabilidad individual y de la compañía de los demás.

Me atrevería a decir que hemos aprendido a vivir con la incertidumbre y a saber esperar lo mejor cuando poco a poco vemos llegar lo bueno. Que lo inconcebible nos ha proporcionado una cierta resistencia a la polarización que trata de abrirse paso de arriba a abajo y el miedo inicial a la locura, que parecía a punto de desatarse, se diluye en una respuesta suficientemente tozuda de indiferencia y silencio.

Creo que somos desconocidos para gran parte de nuestras élites: como si no hubieran vivido con nosotros mientras todo nos sucedía y sigue sucediendo. Puede que seamos unos desconocidos para nosotros mismos.

Quizás, para reencontrarnos, deberían preguntarnos qué nos asusta antes de seguir pretendiendo asustarnos».

Desconocidos, de Elena Alfaro

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Sábado

«Las democracias y las libertades que en ellas se ejercen no desaparecen de golpe, sino a través de un deslizamiento gradual hacia el autoritarismo. Si algo sirve de superficie jabonosa para eso es justamente la palabra y la capacidad de proyectarla. (…) Las palabras segregan. Preparan el barrial y activan la lógica de los bandos: el facha y el rojo, el revolucionario y el contrarrevolucionario. Las palabras convierten la convivencia en combate y nos entrenan para una batalla que irá librándose en el tiempo. No hay espacio de la vida al que no lleguen. Actúan como una fuerza de ocupación. No todo el mundo puede usar un revólver, pero sí las palabras. Por eso la primera muerte comienza en el lenguaje».

Nuevas formas de extinción de la democracia, de Karina Sainz Borgo

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Diario no diario (XII)

5 04 2021

Sábado

«He understands why people want to move on, but not when they don’t seem to see beyond their own situations. «When I hear people say they can’t wait for lockdown to end, I think, where’s the bit that says, ‘I can’t wait for people to stop dying».

«[Él] Entiende que la gente quiera dejar esto atrás, pero no cuando se comportan como si no fueran capaces de ver más allá de sus propias circunstancias. «Cuando oigo a la gente decir que no ven la hora de que se termine el confinamiento, me pregunto… ¿dónde ha quedado esa parte que dice: ‘No veo la hora de que dejen de morir personas?».

Leído en The Guardian

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Grieving in a hidden limbo.

Morir solo, llorar solo.

Y el duelo en un limbo oculto.

Deliberadamente oculto.

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«Es importante partir de lo siguiente: ¿queremos ser serios y autocríticos? Porque hay periodistas que han reivindicado que lo sensato era quedarse en su casa durante la pandemia, lo que me parece increíble en una sociedad democrática: si hay una guerra, un maremoto o un huracán, se cubre desde el lugar de los hechos, no desde el sofá de casa; no puedes dedicarte a reportear llamando por teléfono, y luego, pasarte la tarde buscando el adjetivo más bonito para la crónica. Los periodistas tenían que salir a la calle; evidentemente, de manera ordenada, con medidas de seguridad y protección. Pero no puedo entender que algunos reporteros hayan escrito desde sus casas».

Gervasio Sánchez en El Plural

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Martes

Hace ya más de un año que escribí la primera entrada de este diario. Aún no era siquiera un diario, no al menos bajo el orden de los números y los días que le sirven ahora de epígrafe. Eso aún tardó algún tiempo, pero retrospectivamente me he dado cuenta de que el diario arrancó en un 21 de marzo en que salí al supermercado, protegido con guantes de silicona en las manos; no recuerdo si todavía con mascarilla, pero siempre con la profilaxis d ela música en los oídos: Strange, de Galaxie 500, que me sonaba muy ajustada a la novedosa extrañeza del escenario en aquellos días. Fue la primera vez que escribí sobre el fondo de «la fatalidad, del escándalo ahogado de la muerte invisible». Sigo haciéndolo en mañanas silenciosas como esta, que siguen a las noches de ruidosas pesadillas.

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Domingo

De frente venía J. L., caminando muy erguido sobre sus zapatos castellanos. El sol de principios de marzo inundaba la calle con generosidad y acentuaba el extravagante aspecto que le conferían la mascarilla y unos guantes blancos. No puedo negar que al verlo sentí una punzada de ironía frente al escrúpulo exagerado. No quedaban muchos días para constatar que J. L. venía del futuro, un futuro al que los demás íbamos a llegar muy poquito más tarde.

Su altivez involuntaria, cuya finura no me atreví a quebrar con un saludo, fue la primera imagen cierta que tuve de la pandemia.

«No es necesario que la población use mascarillas (…). No tiene ningún sentido que la población ahora mismo esté preocupada por si tiene o no mascarillas en casa».

Aquellos felices días de negacionismo de la OMS y sus altavoces, los expertos científicos, la comunidad internacional y el doctor Simón. Aquellos días en que había que lavar la fruta con lejía, dejar los zapatos en la entrada de casa, desinfectar la ropa y lavarla después de cada salida.

No cumplo ningún perfil conspiranoico pero de algún modo intuí que de aquellas palabras habría que creerse lo justo. O aún menos. Ya no escuché más y no he vuelto a hacerlo en todo este tiempo. Uno no tenía ninguna evidencia científica. Sólo la precaución de no confiar en quien de ningún modo suena confiable. Enseguida busqué y compré mascarillas FFP2 en China, para mí y para los próximos, y guantes de silicona en un proveedor médico. Pagué un precio desproporcionado, pero valía la pena. No tardaron en llegar. Lo hicieron mucho antes, muchísimo antes de que quienes nos dirigen, quienes gestionan (aún hoy, de manera fascinante) nos obligaran a ponernos las mascarillas. Mucho antes de que nos empujaran al futuro del que yo había visto llegar, como un pliegue anticipado del tiempo, a mi amigo el escrupuloso J. L.

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Jueves

Calendario.

Me deshago de sueños en abril. Olvido de dolor en mayo. En junio siento que aún puedo renacer. Julio me conocerá de nuevo invencible. Lamentaré los finales en agosto y el llanto me tienta a desistir en septiembre. Octubre anuncia la extensa oscuridad. En noviembre buscaré palabras que me salven. Cuando llegue diciembre habrá que ignorar el tiempo y atravesaremos enero convertidos en sombra. No, no existe febrero. Y en marzo miraremos atrás, mientras escapamos corriendo hacia la promesa de los días soleados, primavera adelante.

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Sábado

La primera víctima siempre es la verdad.

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Lunes

Anoche, de madrugada, descendí por fin de la montaña de mil páginas.

Un lugar inscrito en un tiempo invisible en los relojes.

En la llanura me aguarda siempre cierta la batalla.

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Días de entreguerras

8 11 2009

Cuando volvía de la guerra, Gervasio Sánchez tomaba asiento a mi espalda en la redacción de Heraldo de Aragón. De los tres años fugaces que pasé en esas salas (tres años es muy poco tiempo en la trayectoria de un periodista, pero un periodo más que suficiente para alguien como yo en un lugar como ese), mis desordenadas conversaciones de entreguerras con Gervasio deben ser uno de los pocos recuerdos a los que he autorizado a permanecer en pie. Puede que hablásemos de algún asunto serio, pero debió ser siempre sin énfasis, así como fotografía Gervasio los dramas, o tal vez con un énfasis inverso, que diría Bioy Casares, ajeno a los artificios, a la impostura artística y hasta a la lección moral. Como cuando un día cualquiera en que yo debía sentirme herido (tal vez de manera definitiva) por la profesión, me volví hacia Gervasio, que tecleaba en la mesita de circunstancias que compartía en horas diversas con Alfonso Zapater, y le dije: «Gervasio, el periodismo está muerto…». Él, sin dejar de golpear con rítmica desigual el teclado, comentó con su deje cordobés: «Hace tiempo, macho». El modo en que lo dijo desactivó de inmediato la pretendida trascendencia de mi declaración. No hubo más palabras.

Gervasio Sánchez.

Gervasio Sánchez posa junto a su fotografía 'Sofía y Alia', por la que fue premiado con el Premio Ortega y Gasset de Fotografía.

No sé por qué recuerdo a Gervasio hablarme de Mystic River, la película de Clint Eastwood, con un entusiasmo contenido. Y lo veo recomendar unas vacaciones en Túnez, país del que resumía hermosuras en muy pocas frases, con ese conocimiento geográfico y etnológico que me hacía recordar a Ryszard Kapuscynski. Así de simples eran los diálogos, que trataban de eso o de fútbol, del Córdoba, del Zaragoza, de aquella Segunda División que recorrimos de norte a sur, derecha e izquierda. El Pele trataba de violentarlo afectuosamente con declaraciones absolutas a favor de unos o de otros, y Gervasio le razonaba con energía conceptual, pero con gracia, sin ponerse interesante, y siempre de un modo ajeno a la militancia, que suele ejercer de hermana bastarda de la mayoría de los profesionales del compromiso. De Gervasio y Kapuscynski, amigos personales hasta la muerte del cronista polaco, he envidiado la valentía para conocer lugares y personas, para adentrarse en la tiniebla de los conflictos bélicos y alcanzar al ser humano en el terror y la gloria de todas sus variadas dimensiones. No se trata de un celo profesional, es puramente personal, íntimo. A Gervasio lo he conocido personalmente y en tal casualidad (una mesa a la espalda de la mía) apoyo mi afección por él, nada más que en eso; a Kapuscynski lo he leído con el deleite con el que leo a los que me parecen más grandes. A ambos, en cualquier caso, los envidio como al Stevenson de los Mares del Sur, como al Conrad marinero (si lo fuera). Por ese impulso salvaje que los mueve y a mí, pusilánime, me conmueve. Ya he declarado alguna vez: soy un aventurero mental, repleto de cobarde inmovilidad.

El trabajo de Gervasio va reuniendo premios. El último, grande, el Premio Nacional de Fotografía, que le concedieron esta semana. Yo no voy a juzgar el trabajo de Gervasio Sánchez, ni siquiera para el elogio, que me importa poco. Puedo decir que me gustan sus fotografías y me pregunto qué hay en esa mirada para disparar con la equidistancia formal con la que lo hace, con un aparente desapasionamiento, y sin embargo dejar un mensaje tan bien precisado, tan inequívoco, tan humildemente potente. Tan humano, pero humano que participa de la culpabilidad general y por eso no la amplifica con artificios. Éstas son sensaciones desordenadas, sin pretensión académica. No quiero decir más ni menos. Sólo esto: que me alegré enormemente del premio por Gervasio, el hombre, el tipo que se sentaba en una mesa a la espalda de la mía cuando volvía de una guerra, durante tres años, y con el que hablaba de cualquier cosa, a veces. No sé si Gervasio es un excelente fotógrafo o un magnífico periodista. Ambas cosas se me hacen secundarias. A mí lo que me alegra es que le hayan dado el premio a quien siempre me pareció un hombre bien entero. Un gran tipo.