Primal Scream: el éxtasis

22 11 2010

El once actual de Primal Scream. De pie, de derecha a izquierda: Bobby Gillespie, el batería Darren Mooney, el teclista Martin Duffy, Andrew Innes a la guitarra, Mani Mounfield y Barry Cadogan, guitarra…

La música se oye y se ve. No hablamos de sinestesias: sólo de una conjetura según la cual puede que, también en la música, la perspectiva lo sea todo. La del tiempo, el hindsight anglosajón. Pero también el llano punto de vista, el lugar desde el que uno oye la música, mira al grupo en el escenario, primordial elección hecha, si se puede, a la llegada a un recital. Hablemos de Primal Scream frente a Arcade Fire. Hablemos de puntos de vista. En dos tiempos.

Primal Scream, el viernes en La Riviera de Madrid, constituyó un sobresaliente triunfo de la retrospección: mirar a un disco publicado hace casi veinte años, el seminal Screamadelica, y revisitarlo con todas las  arriesgadas consecuencias de la propuesta. Sin las voces gospel de Denise Johnson, sin los sintetizadores, sin red para detener la caída de los temas sosegados, que anticipaban eso que ahora se llama chill out y que no es sino la brava resaca con concepto. Screamadelica: el día que Bobby Gillespie y su banda supieron que las máquinas también hacían música y que las pastillas, por asociación geométrica tal vez, procuraban discos redondos. Pero no siempre. Sí en el caso de Screamadelica, que mezcló la guitarra y el rock stoniano con el ácido de las rave parties, la cultura desatada de los clubs que venía del post-punk, de los ochenta, de Manchester, de The Haçienda, los interminables bailes ácidos, la pura exaltación de un hedonismo salvaje, joven, despreocupado. En memoria de todo aquello, el viernes en La Riviera Primal Scream montaron una juerga de ángeles salvajes, presidida por esta proclamación colectiva: «We wanna be free… to do what we wanna do; and we wanna get loaded; and we wanna have a good time… That is what we’re gonna do: we’re gonna have a party». Es decir, algo como esto:

Todo empezó, sin embargo, de otra manera. A las 20:45, hora en que los hombres del rock están aún tomando su leche con vodka y galletas, Gillespie salió al escenario vestido con su femenina camisa rosada de amebas, el aire seventies escrito en la cara, y Mani con una negra de puño duro vuelto, por la que yo hubiera abordado el escenario, jugándomela contra los forzudos del foso. La población saludó a los gritos a Mani (ex bajista de Stone Roses, como Bobby fue baterista de The Jesus and Mary Chain) y Gary Mani Mounfield, siempre resuelto a hacer amigos con su aire de simio mancuniano, respondió con gesto de orangután o de Raúl González Blanco: se golpeó varias veces el pecho del lado del corazón y atacó con el bajo en posición de bazoka. Por toda presentación, Gillespie dijo: «May we hear some rock and roll…». Y eso hicimos durante 45 minutos, escuchar a los Primal Scream en su versión más guitarrera, bastante áspera por otro lado, algo demediada la voz del frontman por la caja de resonancias que es la sala madrileña. Pero con tal potencia, una tonificación muscular tan evidente, que la victoria para el intermedio estaba asegurada. Éstos eran, hasta el viernes, los Primal Scream que yo prefería: los de Accelerator, que abrió fuego con su invitador grito central, Shoot Speed/Kill Light, Mani en el riff de partida, la juguetona  Jailbird («I’m yours, you’re mine… gimme more of that Jailbird pie»), de Swastika Eyes, desde luego de Rocks, que cerró esa primera mitad de actuación en la que los Primal Scream más orgánicos les hicieron de teloneros a los Primal Scream más atmosféricos. Un cuartito de hora de intermedio para afinar la batería y el bajo (que iban a jugar un papel fundamental en lo que venía), y regresaron para enfrentarse consigo mismos.

(Nota de color: en el interludio, un muchacho twitteaba incansable en su iPhone, a mi lado, en la primera fila. La impagable anotación para sus ávidos seguidores en ese momento fue: «Primal Scream, fin de la primera parte. Ahora, a por Screamadelica». A continuación, como para contextualizar, agregó: «Mi rodilla contra Primal Scream. Por ahora va ganando Primal Scream». Me alegré, una vez más, de no incurrir en ninguna red social de esas. Y me lo imaginé transmitiendo en riguroso directo los encuentros en el lecho con su chica: «Polvo de sábado: fin de la primera parte. Ahora, a por el cunnilingus…». O la comida de los domingos en casa de la madre: «Patatas a la riojana. Ahora, lomo con pimientos»).

Lo que siguió tras el receso ya lo he glosado, en el fondo. La forma queda expresa en el vídeo. Abrieron, como el disco, con Movin’ On Up, espiritual psicodélico lanzado adelante y arriba con el célebre salmo que dice: «I was blind / now I can see». No interpretarían el viejo álbum en el orden de su edición, sino que trajeron adelante los temas más calmados, para darle al set-list el perfil de pico, valle, pico que todo el mundo entiende que debe ser un concierto. En su lado más ambiental reunieron Inner Flight, Shine Like Stars, Damaged y I’m Coming Down, con el saxo haciendo los honores al lado más jazzie del elepé. Un pasaje en que el láser cubrió el escenario y la sala con una sugerente capa de ondulantes transparencias, en la que oscilaba atrapado el humo del lugar. El juego lumínico entretuvo el conjunto y le proporcionó otra dimensión al espacio,  una calidad sugerente como de gigantesca lámpara de lava, de fondo marino en el que todos querríamos quedarnos a vivir, acunados por la voz de Bobby Gillespie, mirando embobados para siempre la traslúcida superficie. La salida de tan profunda ensoñación supuso un reingreso brutal en la atmósfera. Higher Than The Sun, Loaded y Come Together, enganchados del hilo del tiempo, convertidos en otra cosa siendo lo mismo.  Estirados, reinterpretados, potenciados por cuerdas tensas, sostenidos en lo alto por la guitarra de Andrew Innes y el bajo de Mani, soberbio en Higher Than The Sun, quizá la canción que (más allá de los himnos colectivos) mejor creció en su revisión en directo. Tanto que aproveché su final para, cuando lo tenía apenas a dos metros en diagonal ascendente, pegarle al muchacho mi grito preferido para estos casos: «Mani, you are fucking God!». Y él, primitivo, anotó mi exceso y, otra vez, se sacudió el pecho.

La grandeza de este regreso memorable no la resume el entusiasmo de la audiencia, casi siempre previsto. Sino el modo en que, viendo hasta dónde habían elevado aquel disco soberbio, los Primal Scream empezaron a sonreírse, darse besos y abrazarse entre sí cuando todavía no había acabado el concierto. Como si estuvieran viendo otra vez el gol de Archie Gemmill a Holanda en el 78. Yo, siempre mitómano, capitalicé el entusiasmo pidiendo con gestos inequívocos las baquetas a uno de los roadies, que también tiraban besos y abrazos a la concurrencia. Sin dudarlo, aquel hombre se aproximó a la batería, buscó los sticks y desde el borde de la tarima me lanzó unas Vic Firth que cazé al vuelo con una sola mano y que ya reposan en mis anaqueles. Yo creo que, en el éxtasis colectivo, si le pido un par de platos también me los tira. Por detrás se me aproximó un muchacho que me dijo: «Me podías dar una, ¿no?». Consciente de la importancia del instante, me puse soberbio y receloso, sintiéndome como Bogart en el aeropuerto de Casablanca. Y con frialdad estudiada y un aire de inevitabilidad, le respondí algo que siempre había soñado con decir: «Soy baterista, tío: necesito las dos…».

[Set list de Primal Scream en La Riviera, Madrid (19/11/2010)]





Canción de amor con grito primitivo

9 11 2010


[Como los teddybautistas de Sony no permiten reproducir el tema, dejo el enlace aquí].

Nada dura para siempre
Es triste quedarte sin tu amor
Yo he vivido enloquecido desde que me dejaste
Siento lo que hice
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué te fuiste?

 ¿Te ha roto alguien el corazón?
¿Has perdido alguna vez la cabeza?
¿Alguna vez te has despertado gritando
sintiéndote tan solo que te quieres morir?
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué?
Me siento tan solo, nena

Llorar y llorar y llorar
Llorar y llorar
Voy a llorar hasta quedarme ciego (2)

Los buenos tiempos no vienen porque sí
No todos los sueños se cumplen
El mundo es como una cárcel
Cuando ardes de tristeza
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué?
Voy a llorar hasta quedarme ciego

 Llorar y llorar y llorar
Y llorar y llorar
Y llorar…

[(I’m Gonna) Cry Myself Blind, de Primal Scream]





Década infame para las canciones (4)

19 01 2010

La angustia del milenio viene a buscarnos en formas diversas. Del exterminador de Primal Scream al Niño A de Radiohead, el humor inteligente de Sufjan Stevens -uno de esos compositores norteamericanos que ven la realidad magnificada y la cuentan-, un Morrissey que regresa con crisantemos en la voz y la vuelta de Tim Booth y James a nuestros corazones. Por cada vuelta hay una despedida, como la de The Killers, grupo que pudimos amar para siempre y lo dejamos en un rato. Y algunas pequeñas locuras ambulantes de Calamaro o Bunbury, dos de nuestros personajes favoritos por razones bien distintas. Aquí hay de todo y todo bueno. Por supuesto, Wilco, que ya no nos va a dejar… Todos estos muchachos son subcampeones de mi década. Los diez ganadores, en la última y definitiva entrega de esta (tan innecesaria) serie.


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XTRMNTR – Primal Scream (2002)
Primal Scream lo han probado casi todo, con diversa fortuna. Pocos tipos en la música del cambio de siglo han provocado adhesiones tan innegociables y una fobia intensa como Bobby Gillespie, el líder de la banda escocesa, baterista también de un grupo de cultos oscuros como The Jesus and Mary Chain. En este disco de post moderno acrónimo consonante, Primal Scream construyeron una enérgica trinchera desde la que librar la guerra del cambio de siglo. La música explota con rabiosa agonía electrónica, pero la actitud es la de las batallas más antiguas: bayoneta calada y cuerpo a cuerpo frente al constante enemigo. Swastiska Eyes, Kill All Hippies, Accelerator… Áridas exposiciones de protesta ruidosa, sampleada, pregrabada, mezclada sobre un fondo de rock vitamínico. Un álbum catártico para las tardes en las que uno necesita olvidar por las malas o negociar los más bajos instintos con la propia conciencia. 

 

Kid A – Radiohead (2000)
El año 2000 conoció la refundación sonora de Radiohead, una de tantas, el instante fundacional del siglo en el que la banda de Thom Yorke rindió su esperanza sónica y entró en algo que podríamos llamar, o no, puro nihilismo musical. Parecía que quisieran vaciar de materialidad su sonido, para entregarlo al creciente vacío. OK Computer había constituido una cumbre difícil de rebasar; ahí la denuncia estaba viva, aunque iba ganando el silencio del que sabe que le aguarda una derrota implacable. Kid A es la crónica sonora de esa derrota, un valiente extravío que, por supuesto, provoca rechazo o adoración. Hay quien ve en él una petulancia innecesaria, hay quien extraña los días de guitarra y rock grueso atravesado de fino pop de Pablo Honey; hay quien llega a pensarlos innecesarios a partir de Kid A. Yo estuve un poco con todos ellos, pero también mucho con Radiohead. En Kid A habían bordeado la fina línea entre el visionario genial y la locura transitoria. Esa línea la atravesarían, en mi opinión, en Amnesiac y Hail To The Thief, discos en los que no pude soportar la deconstrucción sonora de Radiohead. Kid A, sin embargo, conserva la mágica potencia de un apocalipsis. Es extrañamente hermoso.

 

 Hellville Deluxe – Bunbury (2008)
Enrique Bunbury es un personaje excesivo al que a menudo le salen canciones excesivas. Pero si el ruido del plagio no hubiera tapado los trallazos de este disco, todos hubiéramos ganado mucho. Dice Bunbury que tenía ganas de subirse al escenario y por eso facturó un álbum con predominio de un rock protéico, con un cierto desgarro de estrella venida al cemento, por fin, y un sonido más pegado a las guitarras que al cabaret. El Hombre Delgado Que No Flaqueará Jamás o Bujías Para el Dolor resumen el sonido de este Hellville Deluxe en el que Bunbury hubo de explicar demasiadas cosas que no tenía ganas de explicar, en lugar de hablar de su libro como hubiera reclamado Umbral. Después de muchos años sin encontrarle la gracia al engolamiento vocal de Bunbury, ni a la opacidad progresiva de Héroes del Silencio, la carrera en solitario del artista zaragozano me ha gustado cada vez más. Me interesa menos su lado circense (que defiende sin embargo con teatral acierto en directo) que su lado rockero. Y Hellville Deluxe, sin perjuicio de magníficos momentos en discos anteriores, me parece el mejor disco de su carrera en solitario. Y, de paso, un disco con una pegada que muy poca gente puede reunir en este país de amaias de Van Gogh

 

Hot Fuss – The Killers (2004)
The Killers no me gustaron un poco, me gustaron muchísimo. Hot Fuss, su debut, pero también Sam’s Town, el segundo de 2006. Quiero decir que durante mucho tiempo los convertí en una referencia que pasó por encima de toda la producción británica y que me pareció duradera. Tenían todo: eran americanos de Las Vegas, su rock podía ser despiadado o melódico, tenían esa rítmica poderosa, de púgil golpeador, traída del post-punk… Territorios que me gustan como una natilla con galleta. Por desgracia, Sawdust me recuperó del delirio; y en el último, Day and Age, saqué los pañuelos para despedirlos, mientras ellos alegremente lanzaban serpentinas desde la elevada cubierta de su transatlántico de éxito mainstream interplanetario. No se trata de que el mainstream no pueda rozarnos; aquí no somos clasistas. Es una cuestión de que la conexión se partió por el lado más fuerte, la música, que es en realidad el más débil. Así que regresamos constantemente a este Hot Fuss para oír de nuevo a los Killers que nos gustan. No un poco; mucho.

  

Hey Ma! – James (2008)
En 2001, los muchachos de James resolvieron separarse después de tocar fondo en el inicio de su tercera década juntos. Tim Booth, el inspirador líder vocal de James, quería iniciar una carrera en solitario. La historia es tan conocida, y comprensible, que no hace falta contarla. Hicieron una gira de despedida y su concierto final en Manchester completó un álbum y un dvd llamados Getting Away (With It All Messed Up), que estaría en los primeros puestos de esta reunión si no fuera por su condición recopilatoria, nada menos que de toda una carrera. Después de un hiato de siete años, de un flojísimo disco en solitario  (Bone) y de una sesión de jam de la que surgieron nuevas canciones, Tim Booth reinició el grupo. Convocaron a la misma formación de los días de Laid, probablemente su mejor álbum, y escribieron Hey Ma!, un disco tan de James que no hace falta ni describirlo. Su mayor logro tal vez sea la frescura del sonido, como si no llevaran veintitantos años mirándose las caras. Tiene lo que cualquier gran disco de James: letras intencionadas, un compromiso ideológico que recorre la epidermis del disco y de su canción Hey Ma! (himno sobre o contra la sociedad generada tras la caída de las Torres Gemelas del World Trade Center en NY). Tiene celebraciones de su modo desenfadado de entender la música y las cuestiones importantes (White Boy), o melancólicas disquisiciones acerca de la soledad pasajera del músico. En algún momento pensé si no me gustaba más, incluso, que Laid o Wiplash. Esa legítima duda entusiasta explica la estatura que este regreso de James ha alcanzado en mi década. 

  

Come On Feel The Illinoise – Sufjan Stevens (2005)
Come On Feel The Illinoise es lo que en el argot se llama un disco de concepto. La importancia que eso pueda tener no se duda en el caso del autor, que es quien se lo inventó y le dio forma, pero parece opinable desde la perspectiva de quien lo escucha. ¿Qué diferencia existe entre una canción de concepto y otra sin concepto? llinoise, eso sí, es tan amplio como lo pueden ser 22 canciones de títulos larguísimos, sardónicos o provocativos. Como por ejemplo: Let’s Hear That String Part Again, Because I Don’t Think They Heard It All the Way Out in Bushnell (que sería Escuchemos Otra Vez la Parte de las Cuerdas, Porque Me Parece Que Allá en Bushnell No Se Han Enterado). Así que conviene no afrontar éste como cualquier otro disco. Exige una cierta actitud de escucha y algo de paciencia. Cuando te quieres dar cuenta, te está agujereando el cerebro. Uno recomendaría tomarlo como uno de esos libros escritos al modo de dietarios, memorias parciales, absueltas de cualquier engarce temporal, que vienen muy bien para tenerlos en la mesilla porque permiten una lectura arbitraria. Uno abre cualquier página y empieza por ahí, sin que importe su localización en la geografía del volumen. Con Illinoise ocurre algo parecido: se puede agarrar por delante o por detrás. Precisamente de geografía (política, también humana, sobre todo cultural) habla Sufjan Stevens en este álbum. Su cacareada tentativa de componer un disco por cada uno de los 50 estados americanos tiene mucho de broma homérica, claro, pero hay al menos dos hasta ahora. Éste es el mejor que yo haya oído, porque no he oído el otro. Una reunión multitudinaria de sonidos tan distintos, irreverentes, cambiantes y originales que amenazan con convertir el disco en un clásico perdurable y a Sufjan Stevens en un prodigio de su tiempo; uno de esos muchachos de aspecto inocente que mira a la realidad a través de un vaso de cristal y que, de la obvia distorsión de la imagen, deduce una descripción hiperrealista llena de verdad. Además, una portada con Superman, Al Capone y la Torre Shears de fondo, un tema dedicado al asesino serial John Wayne Gacy Jr., más una canción (adorable) titulada Chicago… todo eso por fuerza había de gustarme.

 
Sound of Silver – LCD Soundsystem (2007)
La electrónica se hace entre dos o eso parece porque abundan las parejas creativas. Y por eso LCD Soundsystem es otra agrupación de dos hombres (los neoyorquinos llamados James Murphy y Tim Goldsworthy) dispuestos a hacer de la electrónica una rama accesoria de la filosofía post-milenio. ¿Hay mensaje? Podría ser, pero mejor no preguntar o uno se encuentra con explicaciones como ésta: «Quería que el disco sonara a plateado», dijo James Murphy, el (co)autor. «¿Qué es el sonido plateado?», le inquirieron, sagaces, los periodistas. «Bowie es plateado». Y, al leerlo, a mí me vino a la cabeza el Bowie de Blue Jean, claro, pero no sé si Murphy se refería a eso. Yo de electrónica entiendo entre nada y casi nada (de música, entre poco y nada, conviene advertirlo), así que no me aventuro a describir a qué suena Sound of Silver o LCD Soundsystem en sí mismos. Lo que puedo decir es que su sonido posee un vigoroso dinamismo robótico, repleto de sugerencias incluso para alguien tan decididamente carnal como yo. Me gusta y me llena de energía igual que las imágenes hipnóticas de 2001: Una Odisea del Espacio, pero ignoro cómo y por qué efectúa mi cerebro esa asociación. He oído por ahí que los LCD Soundsystem, más cercanos al rock que al solfeo metálico de los ordenadores, explotan como una bomba de tiempo en sus conciertos en directo. Y, la verdad, no me sorprende.

 You Are The Quarry – Morrissey (2004)
Recuperemos los cánones de nuestras propias vidas: Morrissey, agarrado grácilmente a la réplica de una ametralladora Thompson, sobre el fondo de un telón fucsia. Eso es You Are The Quarry, el mejor disco del que fuera líder de The Smiths desde Viva Hate! Eso es mucho decir, primero porque Viva Hate! constituye una maravilla intemporal capaz de sostener en pie el mito de Morrissey por sí mismo; segundo, porque entre aquél -su primer disco después de los Smiths- y éste You Are The Quarry pasaron nada menos que 16 años y cinco discos. Todos frustrantes (al menos para mí) en mayor o menor medida, algunos más recomendables que otros (hablo de Vauxhall and I), siempre con algún tema de brillo imperecedero pero sin la regularidad o la solidez precisas para rescatarnos de la nostalgia. You Are the Quarry significa pues, como cualquier reaparición de un personaje tan importante en nuestras vidas, una celebración en toda regla. Con un discurso entusiasta, con las letras hiladas de palabras que nadie más usaría en una canción, como siempre hizo, con cargas de profundidad socio-políticas del tono de America Is Not the World  o Irish Blood, English Heart; imaginarios cilicios sentimentales, tan conseguidos siempre, como I Have Forgiven Jesus, I’m Not Sorry o The World is Full of Crashing Bores… Y un tema para el panteón familiar, First Of The Gang To Die. El regreso de Morrissey. Con todo lo que eso significa. 

  

El Salmón – Andrés Calamaro (2000)
Parece que vino de algún otro siglo, pero no, cayó sobre nuestras cabezas en el arranque de éste. El Salmón es del año 2000, pero está tan metido entre nosotros que lo llevamos incorporado como si hubiera nacido 50 años antes. Además, este álbum contracorriente seguirá sonando igual de vigente (también igual de loco, de excesivo, de desesperado, de glorioso) en el año 3000 y en el 4500, al que esperamos no llegar. Eso sí, el que lo haga podrá decir que lo escuchó antes que nadie. Éste no es un disco de concepto; éstos son cinco discos sin otra idea que sacarse de dentro todas las balas, sin anestesia, y grabar lo que salga. El resultado es un Calamaro en trance sincopado de genialidad, locura, escarnio del espejo, memoria lacerante o ávida desesperanza. El resultado es una obra tan larga que nunca termina de ser escuchada, ni conocida, ni disfrutada, ni tal vez apreciada o juzgada en su medida exacta. Yo quiero El Salmón porque tiene la verdad en positivo y en negativo, porque es tan irregular, imperfecto y cierto como cualquier repaso de nuestras existencias. Porque en él Calamaro no dice ni una sola mentira, pero cuenta a su manera todas y cada una de sus verdades. Porque me recuerda demasiado a la intención del Doble Blanco de los Beatles. Y porque después de la maestría incontestable de Honestidad Brutal, Calamaro sólo podía hacer lo que hizo, tal vez: ser más honesto y más brutal que nunca. Soltarlo todo, arrojarse al abismo, subvertir el orden, darse vuelta como un calcetín y crucificarse frente a la audiencia. Lo raro fue que lo viese tan claro. Lo increíble es que lo  hiciera tan bien. 

 

Sky Blue Sky – Wilco (2007)
Wilco tuvieron una briosa infancia llamada Uncle Tupello, una sombría prepubertad resumida en Summerteeth, la petulante y brillante adolescencia de Yankee Hotel Foxtrot, la rabiosa confusión juvenil de A Ghost is Born y una madurez que se llama Sky Blue Sky. A los demás nos podrá parecer lo que queramos, pero en este disco Wilco alcanzó su cumbre expresiva íntima: habían encontrado su sonido, la unidad, la voz y el modo. Lo hicieron en tres pasos previos: primero, la expulsión de Jay Bennett, el antagonista creativo de Jeff Tweedy hasta Yankee Hotel Foxtrot; después, con el fichaje del guitarrista Nels Cline, que le dio a A Ghost is Born la árida textura bestial de su forma de interpretar el instrumento; el tercero tiene que ver con la pacificación personal de Tweedy, visible a través de la literatura intimista de Sky Blue Sky. Me atrevo a afirmar que, desde el punto de vista de Wilco, y desde el punto de vista de un apasionado de Wilco, Sky Blue Sky es un disco perfecto, en el que no sobra ni falta nada, en el que cada canción tiene la medida precisa, la palabra perfecta, la musicalidad exacta. Es lo que Wilco han querido ser, tan lejos pero tan cerca de su obra precedente. Naturalmente Impossible Germany es quizá la nota más alta de todo el álbum, pero yo he terminado por adorar todas y cada una de las doce canciones, por razones distintas, por necesidades diversas, por amores de improbable reconciliación. De la primera a la última, todas convocan mi fascinación. Sky Blue Sky me parece tan hermosamente perfecto, que no es el disco que más me gusta de Wilco.